Carne viva (1972)

“Carne viva” (Raw, 2016) es una experiencia cinematográfica visceral y perturbadora, un ejercicio de horror existencial que se aferra a la memoria del espectador mucho después de que los créditos finales hayan rodado. La película, dirigida por Gabriela Luchetta y Marvin Gelb, no se limita a ofrecer una narración estilizada de violencia; se adentra en la disonancia moral y psicológica, explorando la corrupción de la alma humana a través de los ojos de sus protagonistas.

La historia, centrada en la familia De Angelis en Kansas, es relativamente simple en su premisa inicial. Sin embargo, la película va mucho más allá de un thriller criminal convencional. La operación de carne molida, utilizada como tapadera para las actividades ilícitas de la familia, no es solo una fachada, sino que se convierte en un símbolo de la podredumbre interna que consume a cada personaje. La imagen de la carne cruda, procesada y destinada a ser consumida, se entrelaza constantemente con la representación de los deseos, los pecados y la corrupción que habitan en el corazón de los De Angelis.

La dirección de Luchetta y Gelb es magistral en la forma en que construyen la atmósfera. El uso del color, la iluminación y la fotografía son excepcionales, creando una paleta visual que oscila entre la crudeza y la belleza perturbadora. Hay momentos en los que la película parece una fotografía documental, capturando la realidad de una familia al borde del colapso. La banda sonora, minimalista pero eficaz, contribuye significativamente a intensificar la sensación de incomodidad y desasosiego.

Las actuaciones son, sin duda, uno de los puntos fuertes de la película. Paulina Garcia, como Raoul, la hija adolescente, ofrece una interpretación escalofriante y profundamente conmovedora. Su vulnerabilidad, su confusión y su progresiva degeneración son elementos que resuenan con fuerza. Los hermanos Damián y Raoul De Angelis, interpretados por los mismos actores que interpretan a los adultos, logran un equilibrio perfecto entre la inocencia juvenil y la maldad latente. No se trata de caricaturas, sino de individuos complejos que se ven arrastrados por una dinámica familiar tóxica y por el seductor atractivo de la violencia.

El guion, aunque aparentemente lineal, está lleno de sutilezas y símbolos que invitan a la reflexión. La película no ofrece respuestas fáciles y, en su lugar, deja al espectador con más preguntas que certezas. Se plantea cuestiones sobre la naturaleza del mal, la responsabilidad familiar, la pérdida de la inocencia y el impacto devastador del trauma. “Carne viva” no pretende entretener; busca perturbar, confrontar y obligar al espectador a mirar más allá de la superficie para comprender la profundidad del horror que se despliega en la pantalla. Es una película que, a pesar de su crudeza, merece ser vista y analizada.

Nota: 8/10