Carretera al Infierno (1986)

“Carretera al Infierno” (Hellraiser) no es simplemente una secuela; es una revitalización brutal y visceral del universo de Clive Barker, una inmersión profunda en un mundo de dolor, deseo y consecuencias inesperadas. El director, David Elliot, se aleja deliberadamente de las fórmulas de terror más comerciales y se adentra en una atmósfera de pesadilla que recuerda a la obra original pero con un toque contemporáneo y, en ocasiones, grotesco. La película logra construir una tensión constante, aprovechando al máximo la iconografía icónica de los Cenobitas para generar un impacto visual que se queda grabado en la mente del espectador.

La dirección de Elliot es magistral en su uso de la iluminación y la cámara. El film se siente claustrofóbico incluso en los espacios abiertos de la carretera, y la fotografía, con su paleta de colores apagados y sombras intensas, contribuye a crear una sensación de desasosiego y fatalidad. La película no rehúsa el gore, pero lo utiliza de forma selectiva, no como un mero espectáculo, sino como un elemento simbólico que refuerza la depravación y la pérdida de control. La música, perturbadora y experimental, complementa a la perfección la narrativa, intensificando la sensación de que algo terrible está a punto de suceder.

Las actuaciones son sólidas en general, pero la del actor principal, Dermot Mulroney, como el vendedor de motos Frank, destaca especialmente. Le entrega un personaje ambiguo, cínico y con una oscuridad subyacente que lo hace inquietante y complejo. Sin embargo, la verdadera joya del film reside en la interpretación de Rory Culkin como el joven James, quien transmite de manera efectiva su confusión, su miedo y, eventualmente, su desesperación. Culkin ofrece una actuación convincente y llena de matices, logrando que el espectador se identifique con su situación. También vale la pena mencionar a Shawn Ash, quien encarna a los Cenobitas con una perturbadora combinación de vulnerabilidad y maldad.

El guion, escrito por Evil Gene, se centra en una historia de venganza retorcida y, en última instancia, profundamente humana. La decisión de Frank de revivir el arte de la tortura para alimentar su negocio de motos es moralmente cuestionable, pero también se puede interpretar como una forma de buscar la satisfacción a través del dolor, un reflejo de la búsqueda de placer y deseo, incluso si este es un placer perverso. La película explora temas de deseo, culpa y las consecuencias de las elecciones, y desafía al espectador a considerar la naturaleza del bien y del mal. No es una película fácil de ver, pero su complejidad narrativa y sus dilemas morales la convierten en una experiencia cinematográfica memorable. La historia, aunque lenta en algunos momentos, se construye con precisión y se presenta de manera escalofriante. No es simplemente otro slasher; es una reflexión sobre la depravación humana y los límites del deseo.

Nota: 8/10