Carrie (1976)

“Carrie” de Brian De Palma, estrenada en 1976, no es simplemente una película de terror, sino una poderosa alegoría sobre el aislamiento, el acoso escolar y la búsqueda de la propia identidad. Más allá de la violencia explícita, que en su época causó sensación y aún hoy impacta, la película te condena a una experiencia visceral, a una sensación de incomodidad que persiste mucho después de que termina los créditos. De Palma logra construir una atmósfera de constante tensión, anticipando con maestría el inevitable desenfreno de Carrie White. El director utiliza una cinematografía innovadora para la época, jugando con la luz, el color y el movimiento para subrayar la fragilidad y el creciente poder de la protagonista.

El guion, adaptado de la novela de Stephen King, es sorprendentemente sutil en su construcción de personajes. La madre de Carrie, una mujer religiosa extrema y obsesiva, es retratada con una complejidad que evita la caricatura. Aunque su comportamiento es perturbador, el personaje de Margaret White no es simplemente una villana unidimensional; la película explora, de manera inquietante, las razones detrás de su severidad y su incapacidad para conectar emocionalmente con su hija. Por otro lado, los compañeros de clase de Carrie, liderados por el sádico Randall Bates, no son meros matones, sino representaciones de la crueldad y la falta de empatía que Carrie experimenta en su día a día. La película sugiere que, en cierto modo, son víctimas de su propio vacío interior.

La actuación de Sissy Spacek como Carrie White es, sin lugar a dudas, la piedra angular de la película. Spacek ofrece una interpretación magistral, que va desde la profunda timidez y la vulnerabilidad hasta la furia devastadora de la adolescente. Su actuación no se basa en el histrionismo, sino en una lentísima transformación, en la transmisión de la angustia y la desesperación que Carrie acumula durante años. La cámara a menudo la observa desde el interior, intensificando la sensación de claustrofobia y aislamiento que la acecha. El juego de luces y sombras que acompaña a su evolución es un reflejo perfecto de su alma.

De Palma, además, utiliza la violencia de una manera que va más allá del mero espectáculo. No se trata de una simple descripción gráfica, sino de un ejercicio de puesta en escena, una culminación de la tensión acumulada durante toda la película. Las escenas de fuego y sangre son impactantes, sí, pero también funcionan como una metáfora del poder desatado de Carrie, de la destrucción que ella causa cuando finalmente se libera. La dirección, en general, es impecable, utilizando tomas largas y movimientos de cámara creativos para intensificar el horror y generar un clima de desesperación. Es una película que se queda en la memoria mucho después de que termina, te obliga a reflexionar sobre temas profundos como la soledad, la aceptación y las consecuencias de la intolerancia.

Nota: 8/10