Casablanca (1943)

“Casablanca” no es simplemente una película; es una experiencia cinematográfica atemporal, un mito convertido en realidad que, incluso después de décadas de visionado, continúa cautivando al público. La película de Michael Curtiz es un ejemplo perfecto de cómo una historia aparentemente sencilla – una historia de amor y sacrificio en tiempos de guerra – puede elevarse a la categoría de obra maestra gracias a la maestría del director, la sutileza de sus diálogos y las actuaciones icónicas de Humphrey Bogart y Ingrid Bergman.

Bogart, como Rick Blaine, entrega una actuación que define la figura del antihéroe moderno. Su cinismo, su desapego emocional y su reticencia a involucrarse en los asuntos ajenos son elementos centrales de su personaje. Sin embargo, a lo largo de la película, observamos un proceso de transformación, una lenta y dolorosa reapertura de su corazón. La fragilidad que esconde detrás de esa fachada dura, su anhelo de una vida mejor, se revelan gradualmente gracias a la presencia de Ilsa y el dilema moral que enfrenta. La dirección de Curtiz acierta en mostrar esta evolución no a través de explicaciones, sino a través de miradas, gestos y diálogos mordaces. Es una actuación sutil y profundamente humana, y sin duda, uno de los pilares del éxito de la película.

Bergman, por su parte, ofrece una interpretación igualmente brillante como Ilsa Lund. Su personaje es complejo y contradictorio: la mujer que lo abandonó para salvar su país y, de repente, reaparece con la posibilidad de salvar a un hombre que la dejó atrás. La química entre Bogart y Bergman es palpable, una tensión romántica y emocional que alimenta la narrativa y eleva la apuesta dramática. La decisión de Curtiz de evitar mostrar explícitamente el romance entre los dos personajes, permitiendo que se sienta al espectador a través de la atmósfera y las miradas, añade una capa de realismo y vulnerabilidad a la relación.

El guion, adaptado de la obra teatral de Charles Dryer, es una joya. La escritura es precisa, llena de diálogos ingeniosos y significativos. La película no rehuye el conflicto moral, presentando situaciones complejas donde no hay respuestas fáciles. La escena final, con el sacrificio de Laszlo y el visado para Ilsa y su hijo, es un ejemplo sobresaliente de la habilidad del guion para transmitir emoción y significado con la menor cantidad de palabras. La película, en su conjunto, es un ejercicio de perfección narrativa, logrando combinar la aventura, el romance y el drama político de una forma que es, a día de hoy, difícil de igualar.

“Casablanca” es más que un romance; es una reflexión sobre el amor, el deber, la responsabilidad y la búsqueda de la redención. Es un símbolo del idealismo perdido y la necesidad de luchar por lo que creemos, incluso cuando el precio es la propia felicidad. Una película que, con más de ochenta años de antigüedad, sigue siendo relevante y conmovedora, demostrando que algunas historias, como la suya, son verdaderamente eternas.

Nota: 9/10