C'est la vie (2017)

“C’est la vie” (literalmente, “Así es la vida”) no es una película que te deja con un mensaje grandilocuente o una gran reflexión existencial. Es, en cambio, una observación brillante y con un toque irónico de las complejidades humanas, los pequeños dramas y las frustraciones que pueden surgir incluso en la más ostentosa de las celebraciones. La película, dirigida por Olivier Nakache y Éric Toffin, se centra en un wedding planner, un fotógrafo y un DJ que se encuentran atrapados durante una boda de gala en un castillo francés del siglo XVIII. Lo que inicialmente podría parecer una premisa sencilla, se convierte en un estudio de personajes sorprendentemente profundo y, sobre todo, tremendamente divertido.

La dirección de Nakache y Toffin es exquisita. Logran crear una atmósfera de tensión sutil y constante, manteniendo al espectador enganchado sin recurrir a clichés del thriller. No hay persecuciones frenéticas ni explosiones, sino una acumulación gradual de problemas logísticos, de malentendidos y de pequeños rencillas que, de forma natural, escalan hasta convertirse en un caos absoluto. La planificación de la boda, desde la creación del menú hasta la instalación del equipo de sonido, se convierte en un microcosmos de la fragilidad de la organización y de la imperfección humana. La película juega con el espacio, utilizando la arquitectura del castillo para amplificar la sensación de encierro y la desesperación de los personajes. El uso de la cámara, principalmente con planos abiertos, permite al espectador comprender la magnitud del desastre en curso, visualizando las consecuencias de cada decisión fallida.

El reparto es, sin duda, uno de los puntos fuertes de la película. Serge Lafrance, como el wedding planner, ofrece una interpretación particularmente conmovedora. Su personaje, un hombre obsesionado con el control y la perfección, ve su mundo desmoronarse ante sus ojos, y la transformación que experimenta a lo largo de la película es genuina y conmovedora. Las actuaciones de Kevin Alimi como el fotógrafo y de Pio Marini como el DJ son igualmente sólidas, aportando matices y humor a sus respectivos personajes. No se trata de actuaciones grandilocuentes, sino de interpretaciones naturales y sutiles que transmiten las emociones y la frustración de sus personajes con eficacia.

El guion, coescrito por los directores, es inteligente y bien construido. Evita caer en melodramas y se centra en los detalles cotidianos y las reacciones de los personajes ante la adversidad. La película explora la relación entre los empleados, revelando sus personalidades, sus motivaciones y sus deseos ocultos. Los diálogos son ágiles y llenos de humor negro, sin ser excesivamente sarcásticos. Se muestra la complejidad de las interacciones humanas, la importancia de la comunicación y la necesidad de encontrar la solidaridad en momentos difíciles. La película, en última instancia, plantea una pregunta fundamental sobre la importancia de la vida, de los pequeños placeres y de las relaciones humanas. No es una respuesta fácil, sino una invitación a reflexionar sobre lo que realmente importa.

En definitiva, “C’est la vie” es una película inteligente, divertida y con un toque de melancolía. Una obra cinematográfica que nos recuerda que, a veces, las mayores tragedias son las más pequeñas y que, incluso en el caos, podemos encontrar momentos de esperanza y conexión humana.

Nota: 8/10