Charlie y la carrera del rayo de luna (1979)

“Charlie y la carrera del rayo de luna” (Charlie and the Great Train Robbery), de Stanhope Bland Foster (aunque con la dirección de Harry L. Chapman), es un curioso artefacto cinematográfico de 1938 que, lejos de ser una gran obra, se revela como una reliquia del cine de aventuras de la época, un documento fascinante de un momento en la historia del cine que nos permite reflexionar sobre los límites y las expectativas del género. No esperemos una narrativa compleja o un guion brillante, sino más bien una experiencia visual y sonora que evoca la época dorada del motociclismo y la fascinación por los viajes largos.

David Carradine, en un papel que aprovecha al máximo su imagen de “hombre duro”, ofrece una actuación sutilmente encantadora. Carradine, como Charlie Swattle, es un estafador con un toque de carisma, un hombre que se encuentra constantemente en problemas pero que siempre encuentra una manera de salir adelante. Su química con Brenda Vaccaro, que interpreta a Grace Wolf, es probablemente el punto fuerte de la película. Su relación, que evoluciona de una tensa situación de estafa a una conexión inesperada, es genuina y aporta un elemento emocional, aunque limitado, a la trama. Vaccaro se muestra convincente como la mujer fuerte e independiente que no se deja engañar fácilmente, y su interpretación, aunque contenida, es notable.

La dirección de Harry L. Chapman es funcional, priorizando la acción y los efectos especiales de la época. La película está repleta de planos de motocicletas en movimiento, persecuciones trepidantes a través de paisajes variados y explosiones generosamente filmadas. La coreografía de las escenas de motociclismo es impresionante, considerando la tecnología de la época y la búsqueda de la emoción visual. Sin embargo, la dirección carece de imaginación y de una visión particular; se centra en el espectáculo puro y duro, sin profundizar en las motivaciones de los personajes o explorar la atmósfera de la época.

El guion, adaptado de la obra teatral de James Mortimer, se apoya en un esquema narrativo simple: estafa, complicación, viaje, competición. No hay sorpresas, ni giros argumentales particularmente originales. El ritmo, aunque dinámico en las escenas de acción, se vuelve pausado en otros momentos, dejando expuestas algunas lagunas en el desarrollo de los personajes y la trama. La construcción del mundo, si bien muestra la fascinación por el motociclismo de la época, no ofrece una descripción completa de la vida de los viajeros y competidores de la carrera transcontinental. La trama se aferra a un esquema básico, con la competencia como motor principal, relegando a un segundo plano el desarrollo de los personajes y las relaciones interpersonales.

A pesar de sus defectos, “Charlie y la carrera del rayo de luna” conserva un encanto nostálgico. Es un documento histórico que nos permite vislumbrar el espíritu de aventura y la promesa de la exploración en la América de principios del siglo XX. Su valor reside más en su capacidad de transportarnos a una época diferente y de ofrecer un ejemplo concreto de la estética cinematográfica de la época. No es una obra maestra, pero sí una ventana interesante al cine de la época y un testimonio de la pasión por el motociclismo.

Nota: 6/10