“Chocolat” (2000) no es una película que rompa esquemas cinematográficos, pero si ofrece un escape delicioso y reconfortante, envuelto en la atmósfera melancólica y la belleza visual de la Bretaña francesa. Dirigida por Joann Sfar, la película se sumerge en un contexto rural muy bien definido, Lansquenet, un pueblo aferrado a sus tradiciones y a la rigidez de sus costumbres, donde la llegada de Vianne Rocher y su hija Anouk, con su peculiar negocio de chocolates, genera inmediatamente una tensión palpable.
El guion, aunque a veces se permite un poco de sentimentalismo excesivo, es notablemente bien construido. Sfar consigue crear un ritmo pausado, que se beneficia de la lentitud del entorno y de la meticulosa descripción de los productos de Vianne. La película no se centra en un drama explosivo, sino en las pequeñas transformaciones que la presencia de Vianne, y sus chocolates, generan en la vida de los lugareños. Se exploran temas como el deseo, la libertad, la tradición y la represión, pero siempre desde una perspectiva dulce y, en ocasiones, irónica. La historia no es particularmente innovadora, pero su tratamiento es con clase y, se debe reconocer, con un toque de magia.
Las actuaciones son, en su mayoría, sobresalientes. Juliette Binoche, como Vianne Rocher, ofrece una interpretación sutil y elegante, transmitiendo la determinación y la bondad de su personaje con una mirada. Ella no solo es una chocolatera, sino un catalizador de cambios. Elle Portman, en el papel de Anouk, aporta una frescura juvenil y una inocencia que complementan a su madre. Sin embargo, la verdadera joya del reparto es John Keating, quien interpreta al padre de Vianne, Roux. Su interpretación es memorable, llena de matices y un profundo sentido de melancolía, lo que le otorga una gran carga emocional a su personaje. El contraste entre su mundo tradicional y el de su hija es el eje central de la dinámica familiar.
Visualmente, “Chocolat” es un festín para los sentidos. La fotografía de Patrick Caron es exquisita, capturando la luz del norte, la paleta de colores de los chocolates y la belleza agreste de la Bretaña. Los detalles son impecables: desde el aroma de los chocolates hasta la textura de la ropa y el diseño de los interiores. La banda sonora, compuesta por Yann Tiersen, es igualmente impactante, complementando la atmósfera onírica de la película y realzando la experiencia emocional. Es importante destacar que, aunque la trama central se basa en un pequeño conflicto, la película, en esencia, es un elogio a los placeres simples y a la capacidad de los dulces para despertar emociones y crear vínculos.
Nota: 7.5/10