Cientos de castores (2024)

“Cientos de castores” (Hundreds of Castors) no es una película que te deje indiferente; es una experiencia visceral, un viaje cinematográfico que se aferra a tu mente y a tus nervios durante casi dos horas. La película de Ben van Bruggen se erige como una suerte de leyenda visual, una adaptación audaz y a menudo surrealista del relato de James Fenimore Cooper, pero con una sensibilidad que moderniza la narrativa para el siglo XXI. Es un ejercicio de imaginación desatada que, a pesar de sus momentos de excesiva exuberancia, logra crear un universo particular, casi onírico, que merece ser explorado.

La dirección de van Bruggen es, sin duda, la pieza central de esta película. No se limita a contar la historia; la envuelve en una atmósfera opresiva y evocadora de la naturaleza salvaje y su letal belleza. La fotografía es soberbia, utilizando una paleta de colores fríos y terrosos que acentúan la sensación de aislamiento y peligro. El uso de la luz y la sombra es magistral, creando escenas de una intensidad dramática que se quedan grabadas en la retina. Van Bruggen, con su experiencia en documentales y su habilidad para crear atmósferas densas, consigue transmitir con éxito la lucha por la supervivencia en un entorno implacable. Hay pasajes donde la película se asemeja a un metraje de naturaleza, con planos lentos y contemplativos que intensifican la conexión del espectador con la fauna y el paisaje.

La actuación de Michael Fassbender, en el papel del borracho trampero Silas, es, a mi parecer, el corazón palpitante de la película. Fassbender ofrece una interpretación que va más allá de la mera representación de un personaje atormentado. Se sumerge por completo en el papel, mostrando con sutileza el deterioro físico y mental de Silas, la desesperación que lo consume y la gradual transformación en un héroe improbable. La química entre Fassbender y la actriz que interpreta a la joven Mary es palpable, dando al relato una dimensión emocional muy valiosa. La película logra equilibrar elementos de drama, aventura y, de manera sorprendente, humor negro, sin que ninguna de las facetas pierda su fuerza.

En cuanto al guion, si bien la premisa inicial puede parecer un poco exagerada –cientos de castores siendo la principal amenaza–, se desarrolla con una coherencia interna que asombra. La película se toma su tiempo para explorar la psicología de los personajes, las consecuencias de la ambición y la brutalidad de la naturaleza. Es una historia sobre la redención, la pérdida, el legado y, finalmente, sobre la capacidad del ser humano para adaptarse a circunstancias extremas. Algunos diálogos son deliberadamente arcaicos, pero esta decisión estilística sirve para inmersionar al espectador en la época y el contexto del relato.

“Cientos de castores” no es una película para todos los gustos. Su ritmo pausado, su estética visual impactante y su trama, a veces excesivamente elaborada, pueden resultar difíciles de digerir para algunos espectadores. Sin embargo, para aquellos que busquen una experiencia cinematográfica original y desafiante, que invite a la reflexión y que ofrezca una visión sorprendente de la historia americana, esta película es una joya. Es un trabajo ambicioso y valiente que, al final, recompensa al espectador con una reflexión profunda sobre la condición humana.

Nota: 8/10