“Clemency” no es una película fácil de digerir, ni mucho menos un espectáculo cinematográfico que busca entretener. Es, en cambio, una experiencia visceral que se instala en el interior del espectador y, a menudo, se aferra a él con una persistente incomodidad. Joshua Montgomery, a través de este drama minimalista y profundamente humano, nos entrega una meditación sobre el duelo, la culpa y la inevitabilidad de la muerte, todo ello a través del prisma de Bernadine Williams, una directora de prisión atormentada por años de ejecuciones. La película no se centra en la ejecución en sí, sino en el proceso de preparación, en la lucha interna de Bernadine y en el extraño vínculo que se establece con el recluso Martin, condenado a muerte.
La dirección de Kelly Reichardt es, como es habitual en su filmografía, precisa y sutil. Montgomery se evita los grandilocuentes dramas y las explosiones de emociones. La cámara, generalmente encuadrada y con movimientos suaves, se convierte en un testigo silencioso de la rutina de la prisión, de los gestos de Bernadine y de las interacciones breves pero significativas con Martin. La película construye una atmósfera de inquietud constante, no a través de sobresaltos, sino mediante el uso del espacio, la luz, el sonido y la lentitud del ritmo narrativo. Montgomery, con maestría, utiliza el silencio como elemento fundamental, permitiendo que los sentimientos de Bernadine se expresen a través de sus acciones y sus miradas.
La actuación de Frances McDormand es, sin duda, el corazón de la película. McDormand ofrece una interpretación excepcionalmente controlada y reservada, que transmite la profunda tristeza, la desesperanza y la sensación de vacío que habita en el personaje de Bernadine. No hay florituras, ni intentos de dramatización. Se limita a mostrar la fragilidad del personaje, su agotamiento emocional y su incapacidad para escapar del peso de su trabajo. La química entre McDormand y Martin Flucke, interpretado por Paul Sparks, es palpable, construida en silencios y miradas que revelan un grado de humanidad compartida en medio del horror que les rodea. Flucke, en particular, ofrece una interpretación sutil y vulnerable, que complementa la de McDormand a la perfección.
El guion, adaptado de una obra de teatro de James McLellan y Rachel Rubinowitz, es parco en diálogos, pero rico en detalles observacionales que revelan la realidad brutal de la vida en la prisión y la psicología de sus habitantes. La película se centra en los momentos de transición, en las pequeñas decisiones que Bernadine debe tomar y en las reflexiones que surgen en su mente. La ausencia de explicaciones facilitas obliga al espectador a confrontar la complejidad moral de la situación y a cuestionar la justificación de un sistema que permite la ejecución de seres humanos. “Clemency” no ofrece respuestas fáciles, pero nos invita a la reflexión sobre la naturaleza de la pena de muerte, la responsabilidad del individuo y la memoria. Es una película que permanece en la mente mucho después de que los créditos finales han terminado de rodar.
Nota: 8/10