Comer, beber, amar (1994)

“Comer, beber, amar” de Ang Lee no es una película que se pueda resumir en una simple frase. Es, en esencia, una inmersión profunda en la vida cotidiana de una familia taiwanesa, desvelando sus complejidades y contradicciones con una sensibilidad exquisita y una honestidad brutal. Lee, un maestro del melodrama, regresa a sus raíces con una obra que, lejos de buscar grandilocuencia, se centra en la belleza sutil de los pequeños momentos, las palabras no dichas y la fuerza de los lazos familiares, incluso cuando estos se desmoronan.

El guion, escrito en colaboración con Baohua Yang, se aparta de la narrativa lineal tradicional. La trama se construye a partir de una serie de eventos interconectados, cada uno de ellos actuando como un catalizador para las emociones de los personajes. Si bien la premisa inicial – la llegada de la viuda Tsui y la cascada de sucesos – podría parecer un cliché, Lee y Yang logran convertirla en una observación social incisiva sobre la fragilidad de la vida y las dinámicas familiares. La película no juzga; simplemente observa, permitiendo que el espectador forme sus propias conclusiones sobre las acciones de los personajes. La exploración de la depresión, el luto y la búsqueda de la felicidad no es superficial; se presenta con un realismo palpable que, aunque a veces puede ser un poco densa, es fundamental para la credibilidad de la historia.

Las actuaciones son, sin duda, uno de los puntos fuertes de la película. Chen Bolin como Chu es extraordinario, transmitiendo con maestría la tristeza y la sabiduría de un hombre que ha visto mucho y que lucha por mantener la esperanza. Las tres hijas, interpretadas por Shu Qi, Ko Xiaolan y Lisa Hsu, ofrecen interpretaciones igualmente convincentes, cada una representando una faceta diferente de la juventud y la rebelión. Y, por supuesto, Tsai Chin, como la viuda Tsui, entrega una actuación monumental, dotando a su personaje de una amargura y una vulnerabilidad sorprendentes. Su presencia en la pantalla es constante, y su interpretación es absolutamente hipnotizante.

Más allá de los actores y el guion, la dirección de Lee es impecable. El uso de la cámara es deliberado, preferiendo planos más largos y contemplativos que permiten al espectador absorber la atmósfera de cada escena. La música, compuesta por Newton Hsu, se integra perfectamente en la narrativa, realzando las emociones y creando una atmósfera melancólica y a la vez reconfortante. La fotografía de Christopher Loo es exquisita, capturando la belleza de la ciudad de Taipei y la luz tenue que permea cada rincón de la historia. “Comer, beber, amar” no es una película fácil de ver, pero es una película que te quedará grabada en la memoria, invitándote a reflexionar sobre lo que realmente importa en la vida.

Nota: 8/10