Como en la vida real (1979)

“Como en la vida real” (Realistic Man, en su título original) no es una comedia de roedores, ni un estudio sociológico meticuloso. Es, en esencia, un experimento cinematográfico profundamente personal y sorprendentemente revelador, liderado y protagonizado por Albert Brooks. La película, que a primera vista podría parecer una parodia de los documentales familiares, se transforma gradualmente en una meditación honesta y, a veces, dolorosamente incómoda sobre la soledad, la incomunicación y la dificultad de establecer conexiones reales en un mundo cada vez más superficial.

Brooks se adentra en la vida cotidiana de la familia Yeager, compuesta por el padre, Jerry, interpretado con una vulnerabilidad magistral por Paul Simpson, su esposa, Michelle, y sus dos hijos, Bobby y Jenny. Pero lo crucial, y lo que distingue a la película de una simple imitación de formato, es la presencia constante de Brooks mismo, rodando, dirigiendo y, en ocasiones, interrumpiendo sus sujetos con preguntas que, a menudo, revelan su propio aislamiento y su obsesión con documentar un mundo que no parece comprender del todo. La dirección de Brooks es inteligente y sutil. No busca crear un drama exagerado o una comedia fácil. Prefiere la observación discreta, dejando que la tensión y la incomodidad crezcan de forma orgánica, a través de miradas robadas, diálogos tensos y momentos de silencio que hablan más que mil palabras. La película funciona excepcionalmente bien porque la cámara casi siempre está oculta, permitiendo a la audiencia ser un observador silencioso, sintiendo la distancia y el esfuerzo de Brooks para entrar en la vida de la familia.

Las actuaciones son, en su totalidad, sobresalientes. Paul Simpson ofrece una interpretación desarmante de Jerry, un hombre atrapado en la rutina y en la incomunicación con su familia. La mirada cansada, el esfuerzo por conectar, la frustración contenida – todo se comunica con una intensidad que evita cualquier melodrama. Las interpretaciones de los hijos, Bobby y Jenny, son particularmente matizadas, capturando la adolescencia con una autenticidad refrescante. Brooks, al interpretarse a sí mismo, no se limita a ser el director. Se convierte en un personaje complejo, un observador paranoico, un hombre que busca desesperadamente el significado en el caos de la vida cotidiana. Es un personaje que, a pesar de sus excesos de introspección, resulta sorprendentemente relatable.

El guion, escrito por Brooks, es donde la película realmente brilla. No se basa en chistes fáciles o situaciones cómicas predecibles. En cambio, explora temas profundos y universales con una honestidad brutal. La película sugiere que la verdadera conexión humana no se logra a través de la documentación, ni siquiera a través de la observación. Se encuentra, paradójicamente, en la voluntad de ser vulnerable, de permitir que otros te vean tal como eres, con tus imperfecciones y tus miedos. “Como en la vida real” no ofrece respuestas fáciles. Simplemente nos invita a contemplar la complejidad de las relaciones humanas y la dificultad de encontrar un lugar en un mundo que a menudo nos desconecta.

Nota: 8.5/10