Como en un espejo (1961)

“Como en un espejo” es una película que se instala en la piel, no como un entretenimiento ligero, sino como una reflexión incómoda y, en ocasiones, dolorosa sobre la desconexión familiar y el precio del éxito. Dirigida por Taika Waititi, la película se adentra en la vida de un escritor exitoso, Edward, quien se ve forzado a desconectarse de su frenética vida profesional y sumergirse en la intimidad de sus hijos en una idílica isla. La ambientación es, sin duda, uno de los grandes aciertos de la obra: la luz, el sonido, la inmensidad del océano y la tranquilidad del lugar funcionan como un telón de fondo perfecto para el conflicto que se va desarrollando.

La dirección de Waititi es precisa y, a menudo, sutil. Evita los clichés del drama familiar y se centra en el palpitar emocional de los personajes. Se nota un control absoluto sobre el ritmo, permitiendo que la tensión se acumule gradualmente, hasta alcanzar un clímax que no es explosivo, sino devastador en su sencillez. El uso de la cámara, a veces contemplativa, a veces ágil y documental, contribuye a la inmersión del espectador en la historia. Sin embargo, podría argumentarse que, en algunos momentos, la estética cuidada a veces resta naturalidad al relato, apelando más a la imagen que a la emoción genuina.

Las actuaciones son, en su conjunto, sobresalientes. Gabriel Byrne, como Edward, ofrece una interpretación magistralmente controlada: un hombre brillante, reconocido, pero también profundamente errático y con una incapacidad flagrante para conectar con sus hijos. Su Edward es un personaje ambiguo, un hombre que ha sacrificado su felicidad en el altar del éxito. Sam Worthington, como el médico, aporta matices a un papel que podría haber sido plano, y la joven actriz que interpreta a la hija con problemas mentales, es particularmente conmovedora en su interpretación. La química entre los tres actores es fundamental para el éxito de la película. Lo que realmente destaca es la forma en que el director logra mostrar la dinámica familiar, no a través de diálogos grandilocuentes, sino a través de miradas, gestos y silencios.

El guion, escrito por Waititi y Jared Handler, es donde la película más consistentemente se queda corto. Si bien la premisa es interesante y las inquietudes que plantea son pertinentes, la ejecución no siempre llega a ser tan efectiva como se esperaba. El desarrollo de la crisis familiar a veces se siente algo forzado, y ciertos aspectos psicológicos de los personajes podrían haber sido más explorados. El tono, a veces entre el drama y la comedia (un sello distintivo de Waititi), a veces resulta confuso, oscilando entre momentos de gran emoción y otros de un humor más forzado. Si bien la reflexión sobre el precio del éxito y la importancia de la conexión familiar es central, la película termina por sentirse un tanto superficial en su análisis de estas cuestiones. A pesar de las fallas, la película logra generar una conexión emocional con el espectador, dejando una sensación de melancolía persistente.

Nota: 7/10