“¿Cómo se escribe amor?” no es, ni de lejos, la película más arrolladora del catálogo de Richard Linklater, pero sí una de las más honestas y, en última instancia, conmovedoras. La película, que nos transporta a la apacible, casi bucólica, atmósfera de una pequeña población del norte de Nueva York en 1988, es un estudio de personajes que, a pesar de sus limitaciones temáticas, logran un impacto duradero gracias a su prosa visual y a las actuaciones sutiles y palpables de Hugh Grant y Marisa Tomei.
Hugh Grant, en un papel que se siente como un retorno a sus mejores momentos, ofrece una interpretación excepcionalmente calibrada de Keith Michaels, un guionista desmoralizado y consumido por el fracaso. El actor, que a menudo se apoya en el humor y el sarcasmo, aquí lo utiliza con una delicadeza sorprendente, revelando las inseguridades y la vulnerabilidad del personaje con una precisión admirable. Grant no se limita a interpretar al personaje; lo *siente*, transmitiendo una profunda sensación de pérdida y un deseo anhelado de redención. La dirección de Linklater, en este aspecto, es fundamental; permite a Grant explorar la complejidad de Michaels, sin caer en la caricatura o la exageración.
La llegada de la madre soltera, Edie (Marisa Tomei), un personaje sencillo, inteligente y profundamente humano, aporta un contrapunto vital a la melancolía de Michaels. Tomei, como siempre, brilla con una autenticidad innegable. Su presencia no es solo un detonante para el desarrollo del personaje de Grant, sino que enriquece la narrativa con una perspectiva fresca y realista. La química entre ambos actores es palpable y la construcción de su relación, lenta y natural, es el corazón palpitante de la película. Linklater evita el sentimentalismo fácil, optando por una representación honesta del proceso de enamorarse, sin adornos ni artificios.
El guion, a pesar de su aparente sencillez, es sorprendentemente perspicaz. La película se centra en la importancia de los pequeños gestos, las conversaciones cotidianas y la capacidad de conectar con los demás. No se trata de una historia romántica convencional, sino de una exploración de la identidad, el arrepentimiento y la búsqueda de un propósito. La ambientación en la década de 1980, con sus referencias culturales y su música pegadiza, añade una capa adicional de interés y nostalgia. Linklater logra capturar la atmósfera de una época, a la vez que la historia de los personajes se presenta universal. Es una película que invita a la reflexión sobre el valor de la conexión humana.
En definitiva, “¿Cómo se escribe amor?” es una joya discreta. No es un espectáculo deslumbrante, pero sí una película profundamente humana, que nos recuerda que, a veces, el amor se encuentra en los lugares más inesperados y que la escritura, como la vida, es un proceso continuo de aprendizaje y descubrimiento.
Nota: 8/10