“Cómo ser un latin lover” es una comedia dramática que, en la superficie, podría parecer un simple relato de comedia sexual, pero que en realidad se revela como una observación aguda sobre la soledad, la búsqueda de la identidad y la dificultad de mantener las apariencias. La película, dirigida con una elegancia sorprendente por Matthew Vaughn, no se limita a explotar el concepto del gigoló con una mujer mayor; se adentra en las complejidades emocionales de un hombre que ha construido su vida sobre una mentira y que, de repente, se enfrenta a la brutal realidad de su vacío existencial.
La película despliega su narrativa desde una perspectiva inicialmente desorientadora, presentando a Máximo (Robert Pattinson) como un personaje frío, cínico y desprovisto de emociones. Pattinson ofrece una actuación magistralmente sutil, encapsulando la apatía de Máximo con una expresión facial y una actitud corporal que comunican una profunda insatisfacción. Su interpretación no se basa en la exageración, sino en la contención, revelando gradualmente las capas de vulnerabilidad que se esconden bajo la armadura del latin lover. La dirección de Pattinson, en el diálogo y en la puesta en escena, es impecable, logrando transmitir un ambiente de opulencia decadente y aislamiento que refleja perfectamente la vida de Máximo.
La trama se complica de manera efectiva, introduciendo a su distante hermana Sara (Jane Alexander), una mujer que ha elegido una vida sencilla y alejada del glamour, y a su hijo, Hugo (Barry Keoghan), un joven brillante y algo peculiar. La relación entre Máximo y Hugo es particularmente interesante; es una dinámica de mentor y aprendiz, pero también de alguien que busca desesperadamente la aprobación de su figura paterna. Keoghan, con su peculiar encanto, aporta un contrapunto cómico y emocional al personaje de Hugo, ofreciendo una luz de esperanza en la oscuridad del drama.
El guion, escrito por Vaughn y Karios Markides, es inteligente y bien construido. No se rehúye a explorar las consecuencias de las decisiones de Máximo, mostrando el impacto de su comportamiento en las personas que lo rodean. La película, a pesar de su tono a veces humorístico, no oculta las verdaderas heridas emocionales de su protagonista, obligando al espectador a cuestionar la naturaleza del éxito y la autenticidad de las relaciones. El ritmo es sólido, manteniendo el interés del espectador a lo largo de las dos horas de duración, y la banda sonora, cuidada y evocadora, refuerza la atmósfera melancólica y nostálgica que impregna la historia. La dirección artística es impecable, creando una estética visualmente rica y contrastante, que oscila entre el glamour de la alta sociedad y la sencillez de la vida cotidiana.
En definitiva, “Cómo ser un latin lover” es una película inesperadamente conmovedora que trasciende las expectativas iniciales de una comedia ligera. Es un retrato de la desilusión y la búsqueda de significado en un mundo donde las apariencias son más importantes que la verdad. Pattinson, Keoghan y Alexander ofrecen interpretaciones memorables, contribuyendo a una experiencia cinematográfica que permanece en la mente mucho después de que los créditos finales se hayan desvanecido.
Nota: 8/10