Como uña y carne (1993)

“Como uña y carne” (Like Water for Chocolate) es una película que, a pesar de su relativa sencillez, se instala en la memoria con una persistencia casi asombrosa. Dirigida por Alfonso Cuarón, esta adaptación de la novela de Laura Esquivel es mucho más que una simple historia de amor; es una exploración visceral del poder del pasado y la fuerza inquebrantable del destino. Cuarón, con su habitual maestría visual, construye una atmósfera densa y opresiva, utilizando el lento ritmo y la inmersión total en la vida rural de Arlis y May, como la clave para revelar la trama. No se trata de un drama convencional; la película se alimenta de un simbolismo rico y complejo, donde los platos preparados por Tita, la protagonista, se convierten en vehículos de transmisión emocional, un método para expresar los deseos reprimidos y el dolor ancestral que la atormentan.

La dirección de Cuarón es, sin duda, uno de sus mayores logros. La película se distingue por sus largos planos secuencia, que nos sumergen completamente en la vida cotidiana de Arlis, en sus viajes y en sus encuentros amorosos. Estos planos, a menudo extensos y sin diálogo, crean una sensación de vértigo y nos obligan a prestar atención a cada detalle, a cada gesto, a cada mirada. La fotografía, en tonos ocres y marrones, acentúa la sensación de aislamiento y melancolía que impregna la historia. La banda sonora, sutil pero poderosa, complementa a la perfección la atmósfera, aportando una dimensión emocional adicional. Además, la película logra, a pesar del desafío de representar la cocina como protagonista, crear una experiencia sensorial que va más allá de la simple descripción de recetas.

Las actuaciones son, en general, sólidas. Kate Winslet, en su papel como Tita, ofrece una interpretación cautivadora, transmitiendo con intensidad la represión y el anhelo que sufren sus personajes. Daniel Day-Lewis, por su parte, asume el papel de Pedro, el novio de Tita, con una dignidad y una reserva que le otorgan una fuerza inesperada. Sin embargo, quizás la interpretación más destacada es la de Plutarco Henao como el padre de Arlis, un hombre con un pasado oscuro y un aura de misterio que permea toda la película. Su presencia es casi espectral, y su diálogo es un puñal que perfora la superficie de la calma. La química entre Winslet y Day-Lewis es palpable, aunque a veces la intensidad de sus miradas puede resultar un poco exagerada.

El guion, adaptado de la novela de Laura Esquivel, es excepcionalmente inteligente. Si bien la trama principal se centra en el amor triangular entre Tita, Pedro y Arlis, el verdadero corazón de la película reside en la exploración del legado familiar y la transmisión de los secretos a través de generaciones. La manera en que la cocina se convierte en un instrumento para elocución de emociones es un recurso brillante y original. No obstante, el ritmo lento y la ausencia de diálogos a veces pueden resultar abrumadores para el espectador menos familiarizado con la obra original. En definitiva, "Como uña y carne" es una película compleja y conmovedora que merece la pena ser vista con paciencia y atención. Es un festín para los sentidos y un viaje introspectivo que invita a la reflexión sobre el poder del pasado y la importancia de comprender nuestras raíces.

Nota: 8/10