“Compliance” no es una película que te entretenga en el sentido tradicional. Es una experiencia visceral, inquietante y, para muchos, profundamente perturbadora. Dirigida por Tom Ford, esta historia claustrofóbica y psicológica se inserta en la banalidad de la vida cotidiana, revelando la fragilidad de la ética y la facilidad con la que la autoridad puede manipular y explotar a individuos vulnerables. La película se centra en Sandra (Riley Keough), una gerente de restaurante en Ohio, cuya vida se ve sacudida cuando recibe una llamada de un oficial de policía informándole de que su empleado, Jason (Jack Jenkins), ha robado dinero. Lo que parece una simple denuncia rápidamente se convierte en un juego de sumisión a una serie de demandas absurdas e inexplicables, exigidas por un misterioso “oficial” que se comunica exclusivamente por teléfono.
Tom Ford, conocido principalmente por su trabajo en la moda, demuestra una capacidad asombrosa para crear atmósferas de tensión extrema. La película se construye con un ritmo deliberadamente lento, utilizando la incomodidad silenciosa, la estética impecable y las conversaciones telefónicas inquietantes para generar un sentimiento constante de malestar. La dirección visual es fría, pulida y casi quirúrgica, con una paleta de colores limitada y encuadres precisos que intensifican el aislamiento de Sandra. Ford no ofrece explicaciones fáciles; no pretende un “final feliz” o una resolución satisfactoria. En cambio, se centra en explorar las dinámicas de poder, la conformidad y la manipulación psicológica. La película sugiere, con una sutileza perturbadora, que la verdadera amenaza no reside en el robo, sino en la creciente sensación de impotencia y control que Sandra experimenta.
Riley Keough ofrece una actuación magistral. Ella transmite con una increíble sutileza la lenta erosión de la voluntad de Sandra, pasando de una mujer aparentemente segura de sí misma y eficiente en su trabajo, a una individuo cada vez más hundido en el miedo y la sumisión. Jack Jenkins como Jason, el empleado, es igualmente convincente, capturando la inexperiencia y la vulnerabilidad de un joven que se ve arrastrado a un juego que no comprende. La actuación de Jenkins, aunque relativamente limitada en términos de diálogo, es crucial para comunicar la desesperación y el miedo de Jason. La relación entre Keough y Jenkins es la columna vertebral emocional de la película, y su interacción es una prueba de la habilidad de ambos actores para transmitir emociones complejas a través de miradas y gestos.
El guion, escrito por Ford y Holden Masters, es brillante en su ambigüedad. La falta de respuestas claras y la naturaleza progresiva de las demandas del “oficial” generan un clima de incertidumbre y paranoia. Se desvelan detalles lentamente, dejando al espectador con más preguntas que respuestas. La película plantea cuestiones relevantes sobre la ética, la autoridad y la importancia de la resistencia individual. No es una película que te deje con una conclusión definitiva, sino que te invita a reflexionar sobre los límites de la sumisión y las consecuencias de las decisiones que tomamos, incluso cuando son pequeñas y aparentemente insignificantes. La película no busca ser entretenida, sino desafiante, incluso incómoda, y eso es precisamente lo que la convierte en una obra memorable. Nota: 8/10