Comprométete (2002)

“Comprométete” es una película que, paradójicamente, se siente más un ejercicio de observación social que una narración romántica apasionada. Dirigida con la mirada firme y sutil de Daniel Kretz, la película se centra en la vida aparentemente idílica de Estefanía y Tomás, un matrimonio en plena madurez, cuyo éxito y buena fortuna, aparentemente basada en la constante atención y apoyo de su círculo íntimo, comienza a transformarse en una prisión autoimpuesta. La película, en esencia, es un estudio de personajes, un retrato de las consecuencias de la buena voluntad excesiva y de la dificultad de mantener la individualidad cuando uno se encuentra inmerso en un torbellino de relaciones.

La dirección de Kretz es notable en su capacidad para evadir la melodramatización. No se busca el drama explosivo, sino el lento desgarro de la armonía familiar. La fotografía es discreta, casi documental, lo que refuerza la sensación de estar presenciando un evento real. La paleta de colores es cálida, lo que contrasta sutilmente con la creciente tensión que permea la atmósfera. El ritmo es pausado, permitiendo al espectador absorber la incomodidad de la situación y la lenta erosión de la libertad individual de los protagonistas. Kretz consigue transmitir un sentimiento de claustrofobia, no a través de secuencias de acción o montaje frenético, sino mediante la insistente presencia de rostros, miradas y conversaciones que se superponen constantemente.

Las actuaciones de Lucile Monzie y Benjamin Pompeirel son excepcionales. Monzie, en el papel de Estefanía, domina la complejidad de un personaje que lucha por encontrar su voz y su espacio dentro de la relación. Su interpretación es matizada, transmitiendo con precisión la frustración, la inseguridad y, finalmente, el anhelo de autenticidad. Pompeirel, por su parte, ofrece una versión sutil pero convincente de Tomás, un hombre aparentemente feliz y satisfecho, pero que, sin que lo dé a conocer de inmediato, también está sufriendo las consecuencias de este constante apoyo externo. La química entre los dos actores es palpable, lo que intensifica la sensación de que están atrapados en un ciclo que no pueden romper.

El guion, aunque no recurre a clichés, explora temas universales como la presión social, la dependencia emocional y la búsqueda de la felicidad personal. La película no ofrece respuestas fáciles ni juicios moralizantes. En lugar de señalar a los amigos y familiares como villanos, la película plantea una pregunta fundamental: ¿hasta qué punto es saludable depender de la aprobación y el apoyo de los demás para construir una relación? La trama se desarrolla con naturalidad, evitando excesos narrativos y centrándose en las interacciones sutiles y los silencios incómodos que revelan la verdadera dinámica del matrimonio. La película es más una exploración de la complejidad humana que una historia de amor convencional. La ambigüedad moral es deliberada, y el final, aunque algo decepcionante para aquellos que esperan un desenlace dramático, es coherente con la filosofía general de la película.

Nota: 7/10