Conan, el destructor (1984)

“Conan, el Destructor” (1984) no es una película para buscar una recreación fiel de la mitología cimmeria. Robert Mitchell, en el papel del bárbaro, no encarna la fuerza implacable y el instinto animal de la leyenda. En cambio, la película se erige como una oscura y decadente fantasía, un cuento de brujería y corrupción que, si bien no llega a ser una obra maestra, sí posee una atmósfera y un peso que la distinguen en el género de la espada y el escudo.

La dirección de Richard L. Burkert, lejos de optar por la grandilocuencia de las producciones épicas, se apoya en una paleta de colores apagados, en escenarios claustrofóbicos y en una puesta en escena que transmite una sensación constante de opresión. La película juega con la luz y la sombra para acentuar la atmósfera macabra y la decadencia del reino de Kuthlan, un lugar donde la belleza es una máscara para la corrupción. La ambientación, en general, es excelente y contribuye significativamente al tono general de la película. Observar las tomas en los palacios y templos, con sus decorados recargados y sus sombras profundas, es una experiencia visualmente interesante.

Las actuaciones, especialmente la de Alex Kazaan como Taramis, son un punto fuerte. Kazaan logra transmitir la ambición, la manipulación y la crueldad de la Reina, una figura femenina compleja y perturbadora que no se limita a ser una villana unidimensional. Sin embargo, la interpretación de Robert Mitchell como Conan se siente algo distante. Aunque es un guerrero, su personaje no logra conectar emocionalmente con el espectador, quedando más como un instrumento en el plan de la Reina. La química entre los actores principales es, en general, discreta, lo que afecta a la intensidad de la trama.

El guion, escrito por Dean Streeter, no es particularmente innovador, pero sí posee una cierta elegancia en su construcción. Se beneficia de la mitología de Conan, pero la convierte en algo propio, añadiendo elementos de horror gótico y una amenaza sobrenatural que va más allá de los simples duelos y las batallas. La trama, aunque centrada en la búsqueda del cuerno, se extiende y se complica considerablemente, lo que contribuye a la sensación de pesadez que la película proyecta. La introducción del dios Dagoth, aunque un poco abrupta, es un elemento interesante que añade una capa de complejidad y terror a la historia.

A pesar de algunos defectos en la interpretación de Conan y una trama que podría haber sido más concisa, “Conan, el Destructor” es una película que merece la pena ser vista por aquellos que aprecien el cine de terror gótico con toques de aventura y una estética visualmente impactante. No es una película para todos los públicos, pero ofrece una experiencia cinematográfica singular y diferente a la mayoría de las adaptaciones de Conan.

Nota: 7/10