“Contacto con la Muerte” es una obra perturbadora que se instala en la mente del espectador, dejando una sensación de inquietud que persiste mucho después de que los créditos finales hayan terminado de rodar. Basada en el corto homónimo, la película expande considerablemente la historia original, ofreciendo una experiencia cinematográfica más compleja y, francamente, más inquietante. No se trata de un terror convencional, repleto de jumpscares baratos y efectos especiales deslumbrantes, sino de una atmósfera densa y opresiva, construida sobre una base de realismo psicológico y un inquietante simbolismo.
La dirección de Gabriel Andújar es magistral. Evita las trampas típicas del género, priorizando la sugerencia sobre la demostración. Hay momentos en los que la pantalla se llena de siluetas borrosas, el sonido es casi palpable, y la iluminación es deliberadamente sombría. No se explica nada, ni siquiera las motivaciones de los personajes. El espectador se ve arrastrado a un mundo donde la línea entre la realidad y la locura se desdibuja, y en ese proceso, se consigue generar un estado de desasosiego constante. Andújar maneja el ritmo con maestría, alternando periodos de tensión palpable con momentos de calma que, paradójicamente, resultan aún más perturbadores debido a su rareza. La banda sonora, igualmente sutil pero efectiva, contribuye a esta atmósfera de incertidumbre, empleando sonidos orgánicos y vocales distorsionados para intensificar la sensación de estar en un lugar extraño y peligroso.
El núcleo de la película reside en la interpretación de Jon Gutiérrez, quien encarna a Samuel, el protagonista atormentado. Su actuación es excepcional; transmite la desesperación, el miedo y la creciente paranoia con una sutileza que es profundamente impactante. Gutiérrez no recurre a expresiones exageradas, sino que se centra en la lentitud, en los pequeños detalles de su lenguaje corporal y en su mirada vacía. La película se beneficia enormemente de su capacidad para comunicar la angustia interna del personaje sin necesidad de palabras. El resto del reparto es competente, pero Gutiérrez es, sin duda, el eje central y la fuerza motriz de la historia. Se ve una evolución convincente en su personaje, impulsada por la creciente influencia de la "bruja", interpretada con una ambigüedad fascinante por Lucía Jiménez. Su faceta de cambio de forma no es solo un recurso visual, sino una representación de la pérdida de identidad y la corrupción de la memoria.
El guion, aunque inicialmente simple, se expande con una rica imaginería onírica y referencias a la mitología irlandesa. La idea de la comunicación con los muertos, aunque ya explorada en el cine de terror, se presenta aquí con una nueva perspectiva, no como un encuentro con los espíritus, sino como un proceso de confrontación con los propios traumas y el pasado que se niega a ser enterrado. Es una historia sobre la represión, el luto no expresado y la búsqueda de la verdad, incluso si esa verdad es dolorosa. Aunque el ritmo puede resultar lento para algunos espectadores, y la falta de explicaciones directas puede frustrar la búsqueda de respuestas, la fuerza de la película reside en su capacidad para generar una atmósfera de incertidumbre y suspense, dejando al espectador con preguntas sin resolver y con la sensación de que, quizás, la bruja no es la responsable de todo lo que ocurre, sino la manifestación de los propios miedos y deseos reprimidos del protagonista.
Nota: 7/10