Copia certificada (2010)

“Copia certificada” (Certified Copy), de Abbas Kiarostami, no es una película que se consume, sino una que se experimenta. La película no ofrece respuestas fáciles, sino que plantea interrogantes profundos sobre la autenticidad, la memoria y la naturaleza de la creación artística. Kiarostami, maestro de la simplicidad y la observación, nos sumerge en una conversación entre un escritor británico, James Wilson, y una joven galerista francesa, Elena, durante un viaje improvisado a San Gimignano. La premisa inicial –la discusión sobre la relación entre original y copia– es, en sí misma, un punto de partida interesante, pero la película se eleva mucho más allá de la mera reflexión teórica.

La dirección de Kiarostami es, como siempre, impecable. Utiliza planos largos y contemplativos, permitiendo que la cámara se posicione como un testigo silencioso de las interacciones entre los personajes. No hay un intento ostentoso de dirección artística, sino una naturalidad que resulta incuestionable. El paisaje toscano, con sus campos dorados y sus pueblos medievales, se convierte en un personaje más, amplificando la sensación de aislamiento y de búsqueda de significado. El director no busca impactar visualmente, sino crear una atmósfera de introspección. Las tomas, a menudo realizadas desde ángulos bajos, desdibujan la línea entre la realidad y la ficción, un tema central de la película. El uso del sonido es también magistral: la ausencia de música crea un espacio para que las palabras y las miradas sean las que guían la experiencia del espectador.

Las actuaciones son sutiles y extraordinarias. Michel Piccoli, como James, ofrece una interpretación increíblemente honesta. Su James es un hombre reflexivo, inseguro y, en ocasiones, un tanto torpe. No es un intelectual grandilocuente, sino un simple escritor que se enfrenta a la duda sobre su propio trabajo. El papel de Valeria Bruni Terioli como Elena es igualmente brillante. Ella transmite una complejidad emocional profunda, mostrando la frustración y la fascinación de una joven que busca su propio camino en el mundo del arte. Su relación, en su aparente sencillez, está cargada de tensiones y ambigüedades. La química entre los dos actores es palpable, y en su diálogo reside la esencia de la película: preguntas sin respuestas definitivas.

El guion, adaptado de una escena de una obra de teatro de Haruki Murakami, es el corazón de la película. Kiarostami no intenta dar explicaciones, sino que se centra en la exploración de la ambigüedad. El diálogo es a menudo circular, centrado en la búsqueda de un significado trascendental que quizás nunca se encuentre. La película desafía al espectador a cuestionar su propia percepción de la realidad y a considerar la posibilidad de que el original y la copia sean simplemente diferentes manifestaciones de la misma verdad. El final abierto, deliberadamente ambiguo, es la culminación de esta exploración, dejando al espectador con la libertad de interpretar el significado de la historia.

Nota: 8.5/10