Cowboy (1958)

“Cowboy” es un western moderno, sorprendentemente sutil y con una atmósfera que, lejos de la grandilocuencia habitual del género, se adhiere a la tierra, al sudor y a la imperfección. Dirigida por Julian Schnabel, la película es mucho más que un simple relato de un contable que se convierte en vaquero; es una meditación sobre la identidad, la búsqueda del sueño americano y la confrontación con lo inesperado. Schnabel, conocido por su expresionismo y su estilo visual distintivo, aquí se aleja ligeramente de su habitual vanguardismo para ofrecer un relato visualmente rico y profundamente arraigado en la realidad de la vida en el rancho.

Leon tobin, como Frank Harris, entrega una actuación impecable. Su interpretación es magistral, transmitiendo la torpeza inicial del protagonista, su creciente incomodidad y, eventualmente, una autenticidad que emerge de la dura experiencia. El contraste entre la forma recatada y metódica de Harris en Chicago y su lucha física y emocional en el rancho es la base de la narrativa, y tobin explota esta dicotomía con una naturalidad convincente. El resto del reparto, aunque menos protagonista, también se muestra sólido, aportando credibilidad al ambiente del rancho y a las relaciones que se establecen. Particularmente destacable es la interpretación de Kevin Corrigan como el viejo vaquero, Buck, quien, a pesar de su silencio, se convierte en una figura paternal y sabia para Harris.

El guion, co-escrito por Schnabel y Sam Taylor-Johnson, es quizá el punto fuerte de la película. Evita caer en clichés del género, presentando el western no como una epopeya de héroes y villanos, sino como una situación límite para un hombre que se encuentra fuera de su elemento. La historia se desarrolla a un ritmo pausado, permitiendo que el espectador se sumerja en la vida cotidiana del rancho, en los pequeños detalles, en la brutalidad del trabajo en el campo. La película no se centra en la acción grandiosa, sino en el desarrollo del personaje de Harris y en su relación con María, la hija de Vidal, interpretada con delicadeza por Jenna Ortega. La tensión romántica, aunque sutil, es un componente importante de la narrativa, añadiendo una capa de complejidad emocional. Además, la relación entre Harris y Vidal, lejos de ser antagonista, es ambivalente, explorando la idea de la dependencia mutua y la búsqueda de un propósito común.

Visualmente, “Cowboy” es una obra maestra. Schnabel utiliza la fotografía de Frederick Elms en negro y blanco para crear una atmósfera densa y melancólica, que evoca la dureza de la tierra y el peso del pasado. El movimiento de cámara, a menudo plano y estabilizado, reproduce la sensación de estar participando en el trabajo físico, en la rutina del rancho. El uso del blanco y negro intensifica la sensación de desolación y la exploración de la identidad del personaje. La película no busca la espectacularidad, sino la representación fiel de la experiencia, la luz y la sombra de la vida en el oeste americano. Es un western que se queda contigo, generando una reflexión sobre la búsqueda del sueño, la autenticidad y el precio de la transformación.

Nota: 7.8/10