“Crímenes Oscuros” (Dark Deeds) no es una película que te asalta con un thriller convencional. Nor busca darte respuestas fáciles ni resoluciones predecibles. Lo que ofrece es una experiencia cinematográfica densa, introspectiva y perturbadora, un descenso a la mente de un detective atormentado y a los recovecos de la moralidad en un pequeño pueblo polaco que parece aferrarse a sus secretos con una obsesión casi sobrenatural. La película, bajo la dirección de Tomasz Konecki, se centra en Janusz, un detective veterano, consumido por la culpa y la incapacidad de cerrar un caso de asesinato de una joven. Su mundo se sacude cuando una novela inédita de un autor controvertido, Jan Ziemierzyński, comienza a mostrar similitudes escalofriantes con los detalles ocultos de ese crimen sin resolver.
Konecki construye una atmósfera opresiva desde los primeros minutos. La fotografía de Michał Relichtman es excepcional: un uso magistral de la luz y la sombra, una paleta de colores apagados y tonos grises que evoca un ambiente de decadencia y desesperanza. Cada plano, cada encuadre transmite una sensación de incomodidad, de que algo terrible está a punto de salir a la luz. La película no se basa en jumpscares ni en persecuciones trepidantes, sino en el suspense psicológico, en la lenta e implacable construcción de la tensión. El ritmo pausado, a primera vista, puede resultar un obstáculo para algunos espectadores, pero es precisamente esta lentitud lo que permite que la película penetre en la psique de sus personajes y en los secretos que los consumen.
Las actuaciones son, en su totalidad, sobresalientes. Michał Sekieta, como Janusz, entrega una interpretación impecable. Su Janusz es un hombre roto, marcado por el fracaso y la culpa. No es un héroe, ni un antihéroe carismático, sino un hombre ordinario, desprovisto de virtudes excepcionales, que se ve arrastrado por el peso de sus errores. El resto del elenco, compuesto por actores locales, también merece reconocimiento por su trabajo consistente y por la capacidad de transmitir la angustia y la desconfianza que impregnan el ambiente del pueblo. Particularmente memorable es la actuación de Emilia Niewiadlicka como Kasia, la hija del joven asesinado, una niña atormentada por la memoria de su padre y por los fantasmas del pasado.
El guion, adaptado de la novela de Janusz Załucki, es complejo y ambicioso. Explora temas como la memoria, la culpa, la corrupción y la fragilidad de la verdad. La película no se contenta con presentar una simple investigación criminal; se adentra en las consecuencias emocionales del pasado y en la dificultad de escapar de los traumas. Sin embargo, a veces la complejidad narrativa puede ser un poco excesiva, y algunos diálogos pueden sentirse un tanto artificiales. No obstante, la película logra, en su conjunto, crear una experiencia cinematográfica que invita a la reflexión y que permanece en la memoria mucho después de que terminan los créditos.
Nota: 7.5/10