Cruising Bar (1989)

“Cruising Bar” de Michel Côté no es una película para todos los públicos, ni para un visionado casual. Es una obra cinematográfica visceral, perturbadora y, sobre todo, profundamente observadora de las entrañas de la masculinidad moderna. Côté, en un papel que define su carrera, asume el rol de Gérard, alias “El Toro”, con una maestría impresionante. No se trata de una caricatura, sino de un hombre cuya obsesión por el cuidado personal y la búsqueda de la mujer ideal se manifiesta en un ritual hipnótico de compras y presentaciones impecables. La película no juzga, simplemente expone esta necesidad, esta desesperación silenciosa que, paradójicamente, es tanto una forma de control como de vulnerabilidad.

La dirección de Côté es cautivadora en su sutileza. Evita el melodrama y se centra en la construcción de la atmósfera. Los bares decadentes, los centros de masajes con luz tenue, la música lounge, todo contribuye a crear un ambiente de tensión latente, de promesa incumplida. La cámara, a menudo colocada en planos cerrados que capturan los ojos y las expresiones de los personajes, nos obliga a confrontar su desconcertante comportamiento. No se busca una explicación lógica para sus acciones; más bien, se nos presenta una ventana a un subconsciente masculino en crisis, a una búsqueda de identidad que se alimenta de la apariencia.

Las actuaciones son excepcionales en su totalidad. Louise Marleau, como Patrice, aporta una elegancia glacial y una vulnerabilidad contenida. Geneviève Rioux, interpretando a una mujer que se ve atrapada en este mundo de deseo y artificio, ofrece una mirada crítica y, a veces, divertida a los hombres que la rodean. Sin embargo, es la presencia de Côté lo que realmente define la película. Su performance es inmersiva, transmitiendo tanto la meticulosidad del personaje como el desasosiego que le carcome por dentro. Es un retrato íntimo y, por momentos, inquietante.

El guion, escrito por Côté y Claude Baillargeon, se sustenta en un diálogo minimalista y efectivo. La película no necesita abundantes explicaciones; la fuerza reside en las pequeñas interacciones, en los momentos de complicidad y desconfianza entre los personajes. La narrativa, a pesar de su aparentemente fragmentada estructura, logra construir una sensación de inquietud constante, de un juego sutil pero amenazante. La película plantea preguntas sobre la naturaleza del deseo, la presión social para la masculinidad, y la búsqueda de la felicidad en un mundo superficial.

“Cruising Bar” no es una película fácil de digerir. Es una experiencia cinematográfica que deja una huella duradera, invitando a la reflexión. Su estética, su ambigüedad moral, y las actuaciones sobresalientes la convierten en una obra maestra de la cinematografía francesa contemporánea. Es un retrato honesto y, a veces, perturbador de la masculinidad en el siglo XXI.

Nota: 8/10