Cuatro días (2021)

“Cuatro días” no es una película que se olvida fácilmente. Es una experiencia visceral, un descenso a las profundidades del dolor, la adicción y el complicado vínculo materno-filial. La película, dirigida con maestría por Emerald Fennell, se aleja de la dramaturgia convencional para ofrecer una propuesta audaz y perturbadora que, aunque no siempre sedosa, logra ser memorable.

El film se centra en Molly (Florence Pugh), una mujer devastada por una década de consumo de opioides, y en la lucha desesperada por superar una última oportunidad de rehabilitación: cuatro días en un programa experimental. Lo que Fennell consigue es transformar esta premisa aparentemente simple en una exploración profunda de la autodestrucción, la culpa y la complejidad emocional que une a Molly y su madre, Deb (Haley Lu Richardson). La película no busca sermonar ni juzgar; más bien, disecciona sin piedad las motivaciones de ambas, revelando la fragilidad y el trauma subyacente que alimentan sus acciones. La idea de que la adicción no es una simple enfermedad, sino una forma de sobrevivir a un dolor existencial, se plantea con una honestidad brutal.

La dirección de Fennell es, sin duda, el punto fuerte de la película. El uso de la cámara es deliberado, casi como si fuera una participante activa en el drama. El montaje, a menudo fragmentado y desorientador, refleja la confusión y la desintegración mental de Molly. La paleta de colores, inicialmente vibrante y casi psicodélica, se atenúa gradualmente a medida que el personaje se hunde más en su propio infierno, lo que intensifica la sensación de opresión y desesperanza. Se nota la influencia del cine de los 70, especialmente el de Brian De Palma, lo que le da un tono particular a la narrativa.

Las actuaciones son impecables. Florence Pugh ofrece una interpretación magnética y deslumbrante. Su Molly es un personaje contradictorio, capaz de una vulnerabilidad conmovedora y de una ira volcánica. Haley Lu Richardson, por su parte, transmite la dura relación con su hija con una sutileza y profundidad que son cruciales para entender el núcleo emocional de la película. Su Deb no es una figura maternal idílica, sino una mujer con sus propias heridas y prejuicios, lo que añade una capa de complejidad al conflicto central.

El guion, aunque a veces excesivamente estilizado y carente de momentos de verdadera calma, logra mantener el espectador enganchado gracias a su ritmo incesante y a sus diálogos mordaces y afilados. Es cierto que la película no ofrece respuestas fáciles y a menudo deja al espectador con una sensación incómoda, pero esa es precisamente la intención de la película: provocar la reflexión sobre temas delicados y poner en tela de juicio nuestras propias ideas preconcebidas sobre la adicción y la familia. Es una obra que, con sus momentos más oscuros, se acerca a la perfección.

Nota: 8/10