“Das fliegende Klassenzimmer” (La clase voladora) es una película que, a primera vista, podría pasar desapercibida en el catálogo actual, pero que, al profundizar en su narrativa y atmósfera, revela ser una joya del cine alemán de los 70. El director Lothar Mael, con su habitual sensibilidad estética y su capacidad para evocar un sentimiento de melancolía y nostalgia, nos sumerge en la atmósfera claustrofóbica y tensa de un internado alemán en plena década del 70. La película, basada en la novela de Ulrich W. Michel, explora temas universales como la soledad, la identidad, la lucha por la pertenencia y el trauma, envueltos en una trama que, si bien sencilla, está repleta de matices sutiles que la hacen extraordinariamente resonante.
El guion, adaptado de manera magistral por el propio Mael, se centra en Martina, interpretada con una vulnerabilidad convincente por la joven Barbara Wurlitzer. La película no busca una historia espectacular ni un desarrollo de personajes complejo. Su fuerza reside en la gradual exposición de la historia a través de los ojos de Martina, quien se siente inmediatamente alienada al internado y, por extensión, al mundo que la rodea. La película captura de forma excepcional la mirada infantil ante un entorno que, aunque aparentemente convencional, resulta profundamente hostil y lleno de secretos. El guion logra equilibrar la inocencia de la protagonista con la creciente sensación de peligro y manipulación que la envuelve, creando una tensión palpable que se mantiene durante toda la película.
Las actuaciones son, en su conjunto, sobresalientes. Wurlitzer ofrece una interpretación natural y conmovedora, transmitiendo con lucidez la confusión, la inseguridad y el miedo que experimenta Martina. Sin embargo, el verdadero esplendor de la película reside en el retrato del profesor Lehmann, interpretado por el magnífico Heinz Herbert. Herbert aporta una profundidad y complejidad al personaje, explorando la ambigüedad moral del profesor, un hombre que oscila entre la figura paterna protectora y la de un manipulador sádico. Su mirada, siempre oblicua y cargada de significado, es, sin duda, el corazón de la película. El resto del elenco, conformado por alumnos y profesores, contribuye a la atmósfera opresiva y llena de secretos del internado.
Visualmente, la película es un triunfo. La fotografía de Peter Kunhardt, con su uso sutil del color y la luz, crea una atmósfera de inquietud y misterio. Los planos, a menudo cerrados y claustrofóbicos, reflejan la sensación de encierro que experimentan los personajes. Mael utiliza la cámara de manera expresiva, con movimientos lentos y deliberados, para enfatizar la tensión y el aislamiento. La música, compuesta por Hans-Joachim Koetz, contribuye a la atmósfera onírica y melancólica de la película, creando un paisaje sonoro que refuerza la sensación de inquietud. “Das fliegende Klassenzimmer” no es una película fácil de ver, pero su capacidad para evocar emociones y generar preguntas sobre la naturaleza humana la convierte en una experiencia cinematográfica inolvidable. Es un hito del cine alemán que merece ser redescubierto y apreciado por su inteligencia, su sensibilidad y su belleza estética.
Nota: 8.5/10