De óxido y hueso (2012)

“De óxido y hueso” es un melodrama contemporáneo que, aunque inicialmente podría parecer un cliché de “padre/hijo inesperado”, logra trascender ese arquetipo gracias a una dirección notable y, sobre todo, a las actuaciones de su núcleo principal. La película, dirigida por Jacques Audiard, no busca grandilocuencias ni sorpresas narrativas, sino que se centra en la quietud del dolor, la soledad y la búsqueda desesperada de conexión en un individuo desgastado por la vida.

La película se centra en Alí, interpretado magistralmente por Vincent Lindon. Lindon ofrece una actuación sutil pero poderosa, transmitiendo la incredulidad, la frustración y el creciente afecto que despierta por Sam. No se trata de un padre tradicional; es un hombre marcado por el fracaso, la soledad y un cierto cinismo. La dirección de Audiard se encarga de mostrarlo con una honestidad brutal, sin idealizaciones, presentándolo como un hombre que se encuentra, por primera vez en mucho tiempo, enfrentándose a la posibilidad de ser feliz, aunque sea efímero.

La relación entre Alí y Sam es el corazón de la película. La interacción entre los dos es natural y conmovedora, basada en la necesidad mutua de compañía y la lentitud con la que se construye la confianza. No hay momentos grandiosos o emotivos forzados; la conexión se establece en pequeños detalles, en el silencio compartido, en las miradas. Este enfoque realista y sutil es, en mi opinión, el mayor acierto de la película. Se evita caer en melodrama barato, permitiendo que el espectador sienta la calidez y la fragilidad de esa relación.

Stéphanie, interpretada por Adéle Haenni, añade una capa de complejidad a la historia. La domadora de orcas es un personaje en sí mismo, marcado por su trabajo y por una historia personal turbada. Su relación con Sam y con Alí es intrincada, llena de tensión y de una cierta melancolía. Aunque su rol es secundario, Haenni logra dar a Stéphanie una fuerza interior palpable, un aire de inconformidad que contrasta con la aparente monotonía de su vida.

El guion, coescrito por Audiard y Cédric Vizela, es deliberadamente austero y centrado en la atmósfera. Evita los diálogos expositivos y se confía en la inmersión del espectador en la vida de los personajes. La fotografía de Hélène Louvart contribuye a esta atmósfera, empleando una paleta de colores apagados y una composición cuidada que refleja el estado de ánimo de los protagonistas. El sonido es igualmente importante, creando una sensación de inquietud y de vulnerabilidad.

“De óxido y hueso” no es una película fácil. Requiere paciencia y una predisposición a conectar con personajes imperfectos y a sumergirse en un ambiente de desolación contenida. Sin embargo, es una película profundamente humana y conmovedora, que explora temas universales como la soledad, la paternidad y la búsqueda de sentido en la vida. Es una obra que, a pesar de su aparente sencillez, deja una huella duradera.

Nota: 8/10