“De profesión: duro” (Point Break) de Kathryn Bigelow, estrenada en 1991, es mucho más que un simple thriller de acción; es un estudio de personajes, una exploración del deseo y la búsqueda de identidad, envuelto en una espectacular coreografía de persecuciones y acrobacias. Bigelow logra, a pesar de su relativa oscuridad en comparación con otras obras maestras de su filmografía, crear una película memorable gracias a su enfoque en la narrativa visual y el desarrollo de sus protagonistas. El filme, lejos de ser un cliché de acción, invita a reflexionar sobre las motivaciones de sus personajes y los riesgos inherentes a sus elecciones.
El guion, escrito por Gregory Wiese, es sorprendentemente inteligente para su género. Evita caer en la tropa de criminales típicos y en cambio presenta un grupo de surfistas con un afán obsesivo por el “tubo” perfecto, un punto óptimo en las olas. Esta obsesión, que les lleva a robar bancos para financiar sus viajes y equipamiento, no se trata de simple codicia, sino de un anhelo por la perfección y la conexión con la naturaleza. La trama, a pesar de su simplicidad, permite un desarrollo profundo de los personajes, especialmente de los protagonistas, Johnny Utah (Keanu Reeves) y Bodhi (Patrick Swayze). Reeves, en su papel de agente del FBI infiltrado, aporta una credibilidad y un dinamismo a su personaje, demostrando que es mucho más que un simple “chico nuevo en la ciudad”. Swayze, por su parte, encarna la figura del gurú espiritual, un ser carismático y enigmático que seduce a Utah con su filosofía y su habilidad para el surf.
La dirección de Bigelow es impecable. La película no se basa solo en secuencias de acción espectaculares, sino que utiliza la cámara para transmitir las emociones y los estados mentales de los personajes. Las tomas en el agua, particularmente, son una maravilla, capturando la belleza y el peligro del surf de una manera visualmente impresionante. La banda sonora, con piezas de Ennio Morricone, complementa a la perfección la atmósfera de la película, creando una sensación de tensión y peligro constante. Sin embargo, se aprecia cierta sobreexplotación de los elementos visuales en algunos momentos, donde la espectacularidad supera la sutileza narrativa.
Las actuaciones son de alto nivel. Keanu Reeves y Patrick Swayze establecen una química magnética que es fundamental para el éxito de la película. La relación entre Johnny y Bodhi evoluciona de una tensa dinámica de infiltración a una profunda conexión personal. La interpretación de Gary Busey como Brad Wesley es memorable, un villano grandioso y extravagante que cumple con todos los estereotipos de un capo de la mafia, pero también posee un carisma innato que lo convierte en un personaje inolvidable. La película, en definitiva, es un festín para los sentidos, una mezcla irresistible de aventura, romance y acción que permanece en la memoria mucho después de que los créditos finales hayan terminado de rodar.
Nota: 8/10