De repente, el último verano (1959)

“De repente, el último verano” (Suddenly Last Summer) es un filme inquietante y profundamente perturbador que se aferra a la memoria, la culpa y la fragilidad de la psique humana. Dirigida con maestría por William Wyler, la película, estrenada en 1959, no ofrece un entretenimiento ligero, sino una experiencia cinematográfica intensa que obliga al espectador a confrontar sus propios miedos y su capacidad de empatía.

La película se centra en la compleja relación entre Violet Venable, interpretada con una vulnerabilidad devastadora por Katharine Hepburn, y su sobrina Catherine, retratada con una inocencia lacerante por Natalie Wood. La viuda Venable, atormentada por el recuerdo del último verano con su hijo Sebastian, decide, impulsada por un dolor irracional y una necesidad obsesiva de recrear el pasado, contratar al Dr. Cukrowicz, interpretado magistralmente por Jason Robards, un psiquiatra que deberá practicar una lobotomía a Catherine. La dinámica entre estos tres personajes crea una atmósfera cargada de tensión, manipulación y un horror sutil, pero palpable. Wyler logra con precisión el equilibrio entre el melodrama y el drama psicológico, evitando caer en la mera sensacionalidad.

La dirección de Wyler es notable por su meticuloso control de la composición y el uso de la luz. La paleta de colores, predominantemente apagada y sombría, refuerza la atmósfera de melancolía y desesperación. Los planos cerrados y las largas tomas permiten al espectador sumergirse en el interior de las mentes de los personajes, observando sus pensamientos y emociones más íntimos. Especialmente resonante es la secuencia del jardín, con la música de Duke Ellington impregnando cada movimiento, que se convierte en un espacio simbólico de duelo, represión y posible redención.

Las actuaciones son, sin duda, un pilar fundamental del éxito de la película. Katharine Hepburn ofrece una interpretación que supera con creces las expectativas, mostrando con precisión la fragilidad emocional de una mujer condenada a revivir un pasado que la consume. Natalie Wood, por su parte, consigue transmitir la confusión y el terror de Catherine con una sutilidad que roba el aliento. Robards, en un papel que le corresponde, aporta la frialdad y la profesionalidad necesarias para representar al médico que se ve envuelto en esta tragicómica situación. La química entre los tres actores es electrizante, creando un diálogo cargado de subtexto y tensiones latentes.

El guion, adaptado de la obra teatral de Tennessee Williams, es complejo y, en ocasiones, desafiante. Williams, como siempre, explora temas universales como el trauma, la culpa, el deseo y la búsqueda de la identidad. La película no se limita a presentar una historia de horror, sino que invita a la reflexión sobre las consecuencias de la represión emocional y la imposibilidad de escapar del pasado. A pesar de su densidad, el guion mantiene un ritmo constante y una tensión dramática incesante, llevando al espectador a cuestionarse la naturaleza de la locura y la moralidad de las acciones de los personajes.

Nota: 8/10