Deathstalker. El último guerrero (1983)

“Deathstalker. El último guerrero” es una película que, a primera vista, podría pasar desapercibida en la multitud de aventuras fantásticas de los ochenta. Sin embargo, bajo la superficie de un espectáculo de acción repleto de efectos especiales glorificados, se encuentra un relato que, si bien es imperfecto, posee una cierta cualidad de cuento de hadas épico y una estética que evoca un mundo de fantasía convincente. La película, dirigida por Larry Kramer, se apoya fuertemente en la estética de las películas de espada y brujería, con un diseño de producción que recuerda a ‘Conan el Bárbaro’ pero con un toque más infantil y, quizá, un poco más artificial.

La trama, aunque no es especialmente original, se desarrolla con un dinamismo adecuado para el género. Deathstalker, interpretado con una seriedad sorprendente por parte de Robert Ruska, se ve envuelto en una misión urgente: reunir artefactos poderosos y detener a un villano carismático, Munkar (interpretado con una amenaza creíble por parte de David Holmes). La premisa, la búsqueda de elementos de creación, es un recurso clásico que Kramer explota de manera efectiva, ofreciendo momentos de acción bien coreografiados y que aprovechan al máximo los efectos especiales de la época. Sin embargo, el guion, escrito por Robert Zemeckis y Manny Cohan, recurre a estereotipos y a resoluciones a veces precipitadas, lo que le resta un grado de profundidad. El desarrollo de personajes secundarios, como la princesa real y los compañeros de viaje de Deathstalker, es superficial y carente de desarrollo. La resolución de algunos conflictos se siente apresurada, priorizando la acción sobre la construcción narrativa.

La actuación de Ruska es, sin duda, el punto fuerte de la película. A pesar de estar inmerso en un papel que exige una presencia física imponente y una cierta compostura heroica, logra transmitir la seriedad y el honor del guerrero. Los efectos especiales, aunque hoy en día parecen algo datados, fueron innovadores para su época y contribuyen a crear un mundo visualmente estimulante. La banda sonora, compuesta por Alan Price, es memorable y se integra bien con la atmósfera de aventura épica. La dirección de Kramer, a pesar de las limitaciones técnicas de la época, logra mantener el ritmo y generar momentos de tensión y emoción. Se nota una clara influencia de las películas de Indiana Jones, aunque la película, por su tono más juvenil, se distancia de la complejidad narrativa de la serie.

En definitiva, “Deathstalker. El último guerrero” es una película de aventura olvidada pero digna de ser vista por los aficionados al género. No es una obra maestra, pero ofrece entretenimiento, acción y una buena dosis de fantasía. Es un producto de su tiempo, una muestra del espíritu aventurero y la estética visual de los ochenta, y una oportunidad para recordar un periodo en la historia del cine de acción.

Nota: 6/10