“Déjame entrar” (Let Me In, en su título original) no es una película de vampiros en el sentido tradicional. No hay escenas de persecución con sangre y garras, ni villanos oscuros y majestuosos. Lo que encontramos es una película excepcionalmente humana y conmovedora, que se nutre de la soledad, el rechazo y la necesidad desesperada de conexión. La premisa, un niño abusado que desarrolla una inusual amistad con una adolescente que, por supuesto, es una vampiresa, es una base sólida para una historia que, en manos del director Mark Wahlberg, se convierte en un melodrama tenso y profundamente emotivo.
La dirección de Wahlberg es cuidadosa y deliberada. Nunca intenta sobreexplicar la situación de Owen (Charlie Heaton, una actuación absolutamente magistral) ni la naturaleza de Abby (Riley Keough), permitiendo que la relación entre ambos personajes se desarrolle de forma orgánica y cruda. Hay una ausencia deliberada de adornos visuales o musicales que puedan restar peso a la tristeza y el aislamiento que impregnan la película. Wahlberg se enfoca en lo esencial: la mirada de un niño asustado, la lentitud de un gesto, la inexpresividad de un padre. Esto contribuye a un ambiente de inquietud constante, donde incluso los momentos aparentemente más simples, como jugar en el parque, se sienten cargados de peligro y vulnerabilidad.
Riley Keough brilla como Abby. Su personaje es complejo y contradictorio. Es una joven que ha vivido aislada del mundo, lidiando con las consecuencias de su naturaleza y el miedo constante de ser descubierta. La fragilidad que transmite Keough es palpable, contrastando con la fuerza implícita que la define como vampire. La actuación está construida sobre la sutileza, expresando emociones con la mirada, la postura y el tono de voz. La química entre Heaton y Keough es genuina y, a pesar de la premisa extraña, es el corazón palpitante de la película. La tensión romántica que emerge entre ellos no es superficial; surge de la empatía, la comprensión y la necesidad de un vínculo afectivo.
El guion, adaptado de la novela de John Ajmuty, es inteligente y evita caer en clichés. Se enfoca en las consecuencias emocionales del maltrato y la importancia del amor y la aceptación. No glorifica la violencia ni romantiza el vampirismo. Más bien, presenta la condición de vampiro como una maldición, un aislamiento permanente y una lucha constante por controlar sus instintos. El diálogo es natural y realista, y las escenas de acción, aunque escasas, están bien coreografiadas y efectivas. Se presta especial atención al desarrollo del personaje de Owen, mostrando cómo la amistad con Abby le ayuda a superar su trauma y a recuperar la confianza en sí mismo. La película no es fácil de ver, ya que aborda temas difíciles, pero es una experiencia cinematográfica gratificante y conmovedora.
En definitiva, “Déjame entrar” es una película que te llega al corazón. Es una historia sobre la soledad, el dolor, la amistad y el poder del amor. Una producción que trasciende su género y se erige como un testimonio del poder de la conexión humana. Una película que recomiendo sinceramente.
Nota: 8.5/10