Dejenlos jugar (1977)

“Dejenlos jugar” (Leave the Lights On), dirigida por Taika Waititi, es una película sorprendentemente conmovedora y, a la vez, absurdamente divertida, que se atreve a explorar la complejidad de la paternidad, la soledad y la búsqueda de conexión a través de una lente inesperada: el béisbol. La trama, aparentemente sencilla, es en realidad una puerta de entrada a un drama familiar delicado y a una reflexión sobre las expectativas que nos imponemos y las que impusimos a los demás.

La película sigue a Rourke (Lucas Hedges), un joven atormentado y con una actitud desafiante, que acepta un trabajo como entrenador de un equipo de béisbol en Houston, un lugar que le genera una extraña mezcla de repugnancia y fascinación. Su encuentro con su padre, Lee (Ben Whishaw), un hombre con una vida inestable y emocionalmente distante, es el catalizador de la película. Waititi no se conforma con un melodrama tradicional; la relación entre padre e hijo se construye con humor negro y momentos de profunda vulnerabilidad. La química entre Hedges y Whishaw es magistral, con Hedges transmitiendo perfectamente la frustración y el deseo de autenticidad de un joven que se niega a ser moldeado por las expectativas de su entorno. Whishaw, por su parte, ofrece una actuación sutil pero poderosa, mostrando la confusión y el anhelo de un hombre que lucha por reconectar con su hijo.

La dirección de Waititi es, como siempre, impecable. Su estilo característico, marcado por un humor enérgico y un enfoque en los personajes, se integra perfectamente en la historia. Evita caer en clichés y, en su lugar, se adentra en los matices de las emociones humanas. El uso de la música es particularmente notable, creando una atmósfera que oscila entre la alegría y la melancolía. La película no se centra únicamente en la relación entre Rourke y Lee; también explora la vida de los niños del equipo, mostrando sus sueños, sus miedos y sus propias luchas. Es un microcosmos de la adolescencia y la juventud, reflejando la búsqueda de identidad y propósito que comparten muchos jóvenes.

El guion, co-escrito por Waititi y Ryan Murphy, es lo que realmente eleva la película. Aborda temas como el abuso de sustancias, el trauma familiar y la dificultad de la comunicación con una sensibilidad sorprendente. El diálogo es agudo y a menudo humorístico, pero siempre con un trasfondo de dolor y vulnerabilidad. La película no ofrece respuestas fáciles, sino que se contenta de presentar la complejidad de las relaciones humanas y la necesidad de empatía y comprensión. La escena final, particularmente, es un ejemplo de la maestría narrativa de Waititi, dejando al espectador con una sensación de esperanza y un recordatorio de que, a veces, lo más importante es simplemente estar presente para los demás.

Nota: 8.5/10