“De-Lovely” es una película que se presenta como una biografía, pero en realidad, es una evocación, un sueño fragmentado sobre la vida y el legado de Cole Porter. Paul Rudnick, el director y guionista, ha optado por un enfoque audaz y deliberadamente peculiar, un ejercicio de nostalgia que, aunque a veces deslumbrante, también puede resultar algo frustrante para el espectador que espera una narración lineal y completa.
La película se construye como una serie de escenas surrealistas, en las que Porter (interpretado con una elegante melancolía por Peter O'Toole) se encuentra en un limbo entre la vida y la muerte, tocando piezas de sus composiciones más famosas. A través de estas actuaciones musicales, es capaz de revivir momentos clave de su vida, desde sus inicios en la ciudad de Nueva York, sus exitosas carreras en el teatro de Broadway y su brillante época en Hollywood. No se trata de una sucesión de flashbacks ordenados cronológicamente, sino de fragmentos de memoria que se entrelazan y se superponen, generando una atmósfera onírica y a veces confusa.
Peter O’Toole ofrece una interpretación particularmente conmovedora de Porter. Su presencia en pantalla es cautivadora, logrando transmitir la complejidad de un hombre brillante pero también profundamente atormentado por sus demonios personales. La química entre O’Toole y la ingeniosa y enigmática Linda Lee (interpretada con una vitalidad sorprendente por Vanessa Redgrave) es el corazón de la película. Su relación, marcada por el amor, la admiración, la rivalidad y la constante tensión creativa, está retratada con una sutileza que permite al espectador comprender la profundidad de sus sentimientos, incluso cuando la comunicación entre ellos es a menudo indirecta y evasiva. Redgrave ofrece una actuación de gran fuerza y nuance, dotando a Linda de una independencia y un intelecto que contrastan con el romanticismo hollywoodense que se esperaba de su personaje.
Si bien la dirección de Rudnick es visualmente llamativa, utilizando colores vibrantes y un diseño de producción que recuerda a los carteles de los musicales de los años 30, la película peca a veces de excesiva artificiosidad. El guion, aunque inteligente y plagado de referencias musicales, se siente a veces desordenado y carente de una coherencia narrativa clara. Algunos diálogos son deliberadamente retorcidos y ambiguos, lo que puede resultar confuso para el espectador que no está preparado para la naturaleza experimental de la película. Es una película que exige una actitud abierta y una voluntad de dejarse llevar por su atmósfera, pero no siempre recompensa el esfuerzo con una experiencia narrativa satisfactoria.
A pesar de sus fallos, “De-Lovely” es una película que merece la pena ver por su audaz propuesta, sus actuaciones magistrales y su evocadora visión de la época dorada de Hollywood. Es una película que invita a la reflexión sobre el arte, el amor y la naturaleza de la memoria.
Nota: 7/10