“Delta de Venus” de Jocelyn Moorhead es una película que, a primera vista, podría pasar desapercibida. Pero bajo la superficie de su estética vintage y su atmósfera melancólica, se esconde una exploración sutil y elegante del deseo, la objetificación y la búsqueda de identidad en un París deslumbrante y, a la vez, ominoso. La película no busca declaraciones grandilocuentes, sino que se deleita en la contemplación, creando una experiencia cinematográfica que se absorbe lentamente como un perfume embriagador.
El guion, adaptado de la novela de Camille Laurens, se centra en Elena, interpretada con una vulnerabilidad magnética por Rachel McAdams. Elena es una escritora en ciernes que, más que la producción literaria, se ve atraída por lo que ve a su alrededor: los cuerpos, las conversaciones, los encuentros fugaces. La película no da respuestas fáciles; en lugar de eso, la deja en un limbo de ambivalencia, sumergiéndonos en la conciencia de una mujer que lucha por comprender sus propios deseos y por encontrar un sentido a su vida. La dirección de Moorhead consigue transmitir esa sensación de incertidumbre, utilizando planos largos y un ritmo pausado que favorecen la introspección del espectador. El guion, por momentos, se siente un tanto lento, pero esta lentitud es, en gran medida, intencional y contribuye a la atmósfera onírica de la película.
Las actuaciones son excepcionales. McAdams ofrece una interpretación matizada y sutil. Evita los clichés del melodrama y se sumerge por completo en el papel, logrando transmitir la confusión, la frustración y el anhelo de Elena con una mirada, un gesto, una microexpresión. El resto del reparto, especialmente Vincent Cassel como el ambiguo y carismático Maurice, complementa a la perfección la actuación de McAdams. Cassel, en particular, aporta una presencia imponente, sin necesidad de recurrir a clichés de personaje de “mafioso” o villano. Su Maurice es un hombre complejo, lleno de contradicciones y con un oscuro pasado que, poco a poco, se revela a través de miradas furtivas y conversaciones enigmáticas.
Visualmente, la película es un triunfo. La fotografía de Éric Chevrère crea una atmósfera de París de 1939 casi palpable. Los colores son ricos y saturados, evocando la elegancia de la época, pero también la decadencia latente que se avecina. La atención al detalle en la ambientación y el vestuario es impecable, transportando al espectador a una época en la que la moralidad era diferente y los deseos eran más libres. Los planos de cámara, a menudo largos y contemplativos, enfatizan la sensación de misterio y la exploración de la intimidad. La banda sonora, discreta pero efectiva, acentúa la atmósfera melancólica y la sensación de peligro inminente.
“Delta de Venus” no es una película para todos los públicos. Es una película que requiere paciencia y una mente abierta. No ofrece respuestas fáciles ni soluciones definitivas. Pero si estás dispuesto a dejarte llevar por su atmósfera, su belleza visual y sus actuaciones excepcionales, te recompensará con una experiencia cinematográfica inolvidable, que te hará reflexionar sobre la naturaleza del deseo y la búsqueda de identidad. Una película que, a pesar de su lentitud, es un placer visual y emocional.
Nota: 8/10
