“Demolición” (Demolition, 2019) no es precisamente una revolución cinematográfica, pero sí un ejercicio de introspección a través del caos, un melodrama moderno con una crudeza que resulta sorprendentemente efectiva. La película, dirigida por Nicolai Asgergren, se centra en la transformación de David Kaiser (Jason Sudeikis), un banquero de Nueva York, después de la devastadora pérdida de su esposa. No es una tragedia que inspire asombro o tragedia griega, sino una pérdida banal, cotidiana, lo que hace que la reacción de David sea tanto confusa como, en cierto modo, conmovedora.
Sudeikis ofrece una actuación de gran valor. Su interpretación de David es magistralmente llena de matices. Inicialmente, el personaje es un hombre consumido por la rutina, la ambición y un aislamiento que se manifiesta en su rigidez y su incapacidad para conectar con los demás. A medida que avanza la historia, y bajo la influencia de Hanna (Naomi Watts), la representante de servicio al cliente que le asigna la compañía de seguros, vemos un proceso de desmantelamiento, tanto literal como metafórico, de su propia vida. Sudeikis no se limita a mostrar tristeza; explora la amargura, la furia y, finalmente, una búsqueda desesperada de sentido. Watts, como siempre, aporta una profundidad emocional sutil pero poderosa, actuando como la catalizador de este proceso de transformación. La química entre ambos actores es palpable, y su relación, aunque inicialmente torpe y cargada de tensión, evoluciona con una naturalidad convincente.
El guion, en gran medida, es lo que más destaca de la película. La premisa de una película sobre la demolición de casas es, en principio, peculiar. Sin embargo, Asgergren la utiliza como una metáfora brillante para el desmantelamiento emocional. La película no se obsesiona con la acción o los efectos especiales, sino que se enfoca en el viaje interno de David. Las secuencias de demolición son visualmente impactantes, pero siempre están sirviendo a un propósito narrativo mayor: simbolizar la eliminación de elementos innecesarios de su vida. El ritmo es deliberadamente pausado, permitiendo que el espectador se sumerja en los pensamientos y las emociones de David. A veces, esta lentitud puede ser frustrante, pero en última instancia, contribuye a la atmósfera general de introspección.
No obstante, es importante señalar que "Demolición" no es perfecta. Algunos diálogos son un poco forzados y la resolución final, aunque satisfactoria, podría haber sido más elaborada. La película evita la grandilocuencia y la pretensión, lo que la convierte en un drama realista y, en cierto modo, incómodo. Sin embargo, su honestidad brutal y su exploración de la vulnerabilidad humana son cualidades que la distinguen en un género que a menudo se inclina por la espectacularidad. Es un recordatorio de que a veces, la forma más poderosa de contar una historia es a través de la quietud y la observación.
Nota: 7/10