Desaparecido en combate 2 (1985)

“Desaparecido en combate 2” no es simplemente una secuela; es una declaración. Tras el brutal realismo visceral de la primera entrega, Stanley Kubrick no busca replicar el horror de la guerra sino, más bien, diseccionarlo desde un ángulo psicológico y existencial radicalmente diferente. La película se aleja del despliegue de violencia explícita y se sumerge en el aislamiento y la paranoia del coronel Benjamin Braddock, interpretado magistralmente por Martin Sheen. Sheen logra una actuación hipnótica, donde la desesperación no se manifiesta en gritos o heridas visibles, sino en la lenta erosión de la cordura, en las miradas vacías y en la lucha constante contra la amenaza invisible de la realidad. Su Braddock ya no es el héroe pragmático del primer filme; es un hombre roto, desorientado y consumido por la certeza de que se ha perdido algo crucial, algo que no puede nombrar ni definir.

La dirección de Kubrick, como siempre, es meticulosa y obsesiva. La fotografía de John Alcott, con sus tonos grises y ocres, refleja perfectamente el ambiente claustrofóbico y desolador del campo de prisioneros. La puesta en escena es minimalista, pero cada toma está cargada de simbolismo y sugiere mucho más de lo que se ve a simple vista. Kubrick utiliza planos largos y estáticos, forzando al espectador a confrontar la angustia de Braddock sin la intervención de la narración, creando una atmósfera de incomodidad y suspense que es inolvidable. La película se mueve constantemente entre el presente y las pesadillas recurrentes de Braddock, difuminando la línea entre la realidad y la memoria, y generando un sentido de desasosiego constante. No es una película fácil de ver, ni mucho menos agradable, pero es una obra maestra de la tensión psicológica.

El guion, escrito por Kubrick y Jim Burnett, es deliberadamente ambigüo. No ofrece respuestas fáciles ni justificaciones claras a los eventos que han llevado a Braddock a la prisión. La película plantea preguntas fundamentales sobre la naturaleza de la guerra, el trauma y la pérdida de la identidad. ¿Es Braddock un prisionero físico o, en realidad, una víctima de sus propios demonios internos? ¿La guerra ha destruido su capacidad para reconocer la realidad? Y, quizás lo más importante, ¿qué ha perdido exactamente? La película no se preocupa por responder a estas preguntas; más bien, las deja flotando en el aire, invitando al espectador a reflexionar sobre el significado del conflicto y las consecuencias devastadoras que deja a su paso. El guion evita caer en simplismos, optando por una complejidad narrativa y un tratamiento de temas delicados que son profundamente inquietantes.

Si bien la película puede ser percibida como fría o distante, es precisamente esa objetividad la que le otorga su fuerza y su durabilidad. Kubrick no intenta manipular las emociones del espectador, sino que le presenta una situación límite y le deja a él mismo que extraiga sus propias conclusiones. “Desaparecido en combate 2” es una experiencia cinematográfica intensa, perturbadora y, en última instancia, profundamente conmovedora. Una película que sigue resonando mucho después de que terminan los créditos.

Nota: 8/10