Destinos opuestos (1991)

“Destinos opuestos” (Opposites Attract), dirigida por Walter Hill, es una joya cinematográfica atemporal que, a pesar de su ambientación y estética propias de los años 80, sigue resonando con una fuerza sorprendente. La película, más allá de ser una comedia romántica, es un estudio de personajes con una complejidad emocional que pocos filmes de su época lograron alcanzar.

La historia, aparentemente sencilla, se centra en Frank (Frank Whaley), un joven desaliñado y con una profunda sensación de descontento. Su entorno, marcado por la inestabilidad familiar y la falta de oportunidades, se ve abruptamente alterado cuando consigue un trabajo en una tienda de campaña. Allí conoce a Jane (Jennifer Connelly), una joven de una familia adinerada y con un aura de melancolía que la distancia de su entorno. La premisa es clara: una noche para conectar, para intentar desafiar sus destinos, para escapar de sus circunstancias. Hill, con su habitual manejo de la tensión y el suspense, teje una atmósfera de intensa anticipación, donde cada diálogo, cada mirada, se convierte en un posible detonante.

Las actuaciones son, sin duda, uno de los puntos fuertes de la película. Frank Whaley ofrece una interpretación natural y convincente, transmitiendo la inseguridad y el deseo de algo más de su personaje con una sutileza admirable. Jennifer Connelly, en su primer papel importante, irradia una belleza vulnerable y un encanto magnético. La química entre ambos actores es palpable, lo que convierte en un deleite observar su interacción. Dermot Mulroney, como el novio de Jane, aporta una dosis de arrogancia y superficialidad que contrasta con la autenticidad de sus compañeros de pantalla. El resto del elenco secundario, aunque con papeles menos prominentes, contribuye a crear un ambiente rico y variado.

La dirección de Walter Hill, que también se aprecia en obras como “Heat” o “Last Man Standing”, es impecable. Sus planos, a menudo alargados y cuidadosamente compuestos, dan énfasis a los momentos clave de la película. La fotografía de David Watkin, con sus colores vibrantes y su iluminación evocadora, refuerza la atmósfera de glamour y peligro que impregna la historia. Sin embargo, es el guion, coescrito por Walter Hill y Les Krumin, el que realmente destaca. La trama, aunque simple, está construida con maestría, explorando temas como la clase social, la libertad individual y el choque entre mundos. La película se adentra en la psique de sus personajes, revelando sus miedos, sus anhelos y sus contradicciones.

“Destinos opuestos” no es una película para todos los públicos. Su ritmo pausado y su enfoque en la introspección pueden resultar lentos para aquellos acostumbrados a los thrillers de acción convencionales. No obstante, para aquellos que aprecien el cine con sustancia, que busquen una historia con profundidad emocional y que valoren la dirección experta de Walter Hill, es una joya cinematográfica que merece ser descubierta. Es una película que te invita a reflexionar sobre la naturaleza del amor, la libertad y el poder de las decisiones que tomamos en nuestras vidas.

Nota: 8.5/10