Diablo (A Man Apart) (2003)

“Diablo (A Man Apart)” no es solo un título, es una declaración. Y la película de David Ayer, aunque no consiga la grandilocuencia de sus predecesores en la saga “Memento”, se erige como un homenaje estilizado y visceral a la justicia retorcida y la desesperación en el corazón del crimen organizado. Ayer, con su habitual mirada cruda y su dominio del ritmo, nos sumerge de inmediato en el ambiente sombrío de Los Ángeles en la década de 1990, un hervidero de drogas, violencia y corrupción policial. La película, más centrada en el personaje de Sean Vetter (Josh Brolin) que en la trama compleja, se convierte en un estudio de la venganza y sus consecuencias.

Brolin, como siempre, es imponente. Su interpretación de Sean Vetter es fría, calculadora y profundamente atormentada. El actor logra transmitir la lenta erosión de la moral de su personaje, la transformación de un agente de ley en un ejecutor implacable. No se trata de un héroe idealizado; es un hombre destrozado por la pérdida, impulsado por un dolor que lo consume y que lo lleva a cruzar líneas que no puede volver atrás. La actuación de Brolin es sutil pero contundente, capaz de comunicar la angustia interna de Vetter a través de miradas, gestos y la silenciosa intensidad de su presencia. El apoyo de Casey Affleck, como el detective Lee, es sólido y contribuye a la atmósfera de desconfianza y complicidad que impregna la película.

Ayer demuestra una maestría en la dirección que va más allá de la acción. La fotografía, con una paleta de colores apagados y contrastes oscuros, crea una atmósfera claustrofóbica y opresiva, que refleja el estado mental de Vetter. La banda sonora, con piezas de rock alternativo de los 90, no es solo un acompañamiento, sino un elemento fundamental para generar tensión y dramatismo. La película se adentra en las sombras, tanto literales como metafóricas, mostrando las calles empedradas, los bares clandestinos y las oficinas gubernamentales de manera realista y sin adornos. No hay superproducción, ni efectos especiales llamativos, solo una fotografía documental y un ritmo pausado que permite que la historia se desarrolle con naturalidad.

El guion, aunque a veces un poco lento, se centra en la idea de que la violencia genera violencia, de que el sistema está podrido y que la justicia personal, aunque dolorosa, es a veces la única vía de escape. La trama, centrada en el descubrimiento de la verdad detrás de la muerte de Vetter, es más un vehículo para la exploración del personaje y su descenso a la locura que una narrativa compleja y llena de giros inesperados. Sin embargo, la idea central, la de que el verdadero antagonista no siempre es el que parece ser, es fascinante y se mantiene hasta el final. La película no ofrece respuestas fáciles y, quizás, esa sea su mayor virtud. La búsqueda de venganza de Sean Vetter es una espiral descendente que lo consume por completo, demostrando que el precio de la justicia, a menudo, es demasiado alto.

Nota: 7/10