Días de fortuna (1995)

“Días de fortuna” es una película que, al principio, parece un melodrama familiar con un giro western. Y aunque cumple con esa promesa, no es una obra maestra del género, sino más bien un drama rural con una carga emocional considerable y un desarrollo argumental que, en ocasiones, se siente forzado. La película, dirigida por Ricardo del Güeso, no rehuye los tópicos del conflicto fraternal, la lucha por la tierra y la moralidad en un entorno rural, pero su ejecución, aunque cuidada en algunos aspectos, carece de la frescura y la profundidad que podría haberle dado una verdadera resonancia.

La película se centra en la disputa entre Rubén y Robbie, dos gemelos idénticos con personalidades diametralmente opuestas. Rubén, interpretado con una naturalidad y sinceridad palpables por Miguel Ángel Silvestre, representa la conexión con la tierra, la familia y la comunidad. Su figura es el ancla emocional de la historia, un hombre humilde y trabajador que encuentra su verdadera felicidad en la vida sencilla del rancho. Por el contrario, Robbie (interpretado por Hugo Portillo) encarna la ambición desmedida y la falta de escrúpulos, dispuesto a todo para conseguir el poder y la riqueza. El contraste entre ambos hermanos es, sin duda, el núcleo de la película y se observa en las actuaciones, donde Silvestre y Portillo se complementan a la perfección, transmitiendo la complejidad de sus motivaciones y el peso emocional de su enfrentamiento.

La dirección de del Güeso es competente, logrando crear una atmósfera visualmente atractiva, con paisajes desérticos que evocan la dureza y la belleza del Oeste americano. Sin embargo, la película podría haber beneficiado de una mayor exploración de la riqueza cultural y social del entorno rural, y de un ritmo más dinámico. El guion, aunque sólido en su base, presenta momentos de diálogos expositivos y ciertas subtramas que se sienten un tanto artificiosas. La historia de Mona, la madre adoptiva, se desarrolla de forma algo apresurada y, si bien añade una capa emocional, no llega a profundizar en la relación entre ella y los hermanos. La música, por su parte, es efectiva en el momento adecuado, pero no alcanza a convertirse en un elemento distintivo de la película.

La cinematografía de Pablo Marcos es sobresaliente, utilizando la luz natural para resaltar los contrastes entre el rancho, símbolo de la tradición, y los planes de desarrollo que Robbie busca imponer. La banda sonora, compuesta por Oscar Valles, es melancólica y evocadora, contribuyendo a crear una atmósfera de tensión y melancolía. Las actuaciones son, en general, sólidas, aunque Miguel Ángel Silvestre se lleva la palma, transmitiendo la nobleza y el sufrimiento de su personaje con una intensidad conmovedora. Sin embargo, Hugo Portillo, interpretando a Robbie, a veces carece de la sutileza necesaria para dar a conocer el conflicto interno de su personaje.

Nota: 6.5/10