Días de humo (1990)

“Días de Humo” es, en esencia, una película sobre el peso del pasado y la dificultad de romper con él. La dirección de Jaume Balaguer es deliberadamente lenta, casi meditativa, y esa lentitud, lejos de ser una debilidad, se convierte en uno de sus mayores logros. Balaguer, conocido por su estilo contemplativo, no busca la acción desenfrenada ni el melodrama convencional. En cambio, se centra en la atmósfera, en la sensación opresiva de un paisaje y de una memoria que no quiere ser enterrada. La fotografía de Paco Mir es sublime: los campos de borrascosos trigales, la niebla que avanza implacable, la grisádea del cielo… Todo contribuye a la creación de un ambiente de melancolía y de desasosiego constante. El filme se construye alrededor de la mirada de Pedro Sansinenea, un hombre atormentado que regresa a su tierra natal después de dos décadas de exilio. Su vuelta no es un acto de redención, sino un enfrentamiento con los fantasmas de su pasado, con las decisiones que tomó y las personas que dejó atrás.

Las actuaciones son, en su mayoría, impecables. Raúl Arvalo, como Pedro, ofrece una interpretación sutil y potente, sin necesidad de grandes explosiones emocionales. Su mirada transmite la angustia, la frustración y el deseo de reconciliación. La relación de Pedro con un joven granjero local, interpretado por Ane Giménez, es el núcleo dramático de la película. Es una conexión inesperada, una chispa de esperanza en un mundo sumido en la sombra del pasado. La química entre Arvalo y Giménez es palpable, pero más allá de la atracción romántica, la película explora la posibilidad de un nuevo comienzo, de dejar atrás las heridas. Aunque el resto del reparto cumple su función, la fuerza de la película reside en la interpretación de los dos protagonistas.

El guion, adaptado de la obra de teatro del mismo nombre de Juan Mayorga, es, sin duda, lo más complejo y desafiante de la película. La obra original, conocida por su carácter fragmentado y su enfoque en la memoria y el trauma, se traduce a la pantalla con una fidelidad sorprendente. La película no intenta ofrecer explicaciones sencillas a las motivaciones de Pedro. El pasado se revela poco a poco, a través de flashbacks, de conversaciones esporádicas y de la fragmentada voz en off de Pedro. Esta estrategia narrativa, aunque puede resultar confusa para algunos espectadores, es esencial para la comprensión del personaje y de su lucha interna. La película se centra en la *sensación* del pasado, en la forma en que éste continúa afectando al presente. El guion invita a la reflexión sobre la naturaleza de la memoria, la responsabilidad personal y la dificultad de escapar de uno mismo.

“Días de Humo” no es una película fácil de ver, ni mucho menos un entretenimiento ligero. Es una experiencia cinematográfica exigente que requiere paciencia y una disposición a sumergirse en la atmósfera melancólica y en la complejidad de los personajes. Es una película que te quedará en la mente mucho después de que los créditos finales hayan terminado de rodar. Se trata de una obra que, a pesar de sus evidentes virtudes técnicas, podría haber beneficiado de un ritmo más dinámico y de un desarrollo de algunos personajes secundarios. No obstante, su fuerza radica en su atmósfera opresiva y en la sutil pero potente interpretación de Raúl Arvalo.

Nota: 7/10