Días de trueno (1990)

“Días de trueno” (Speed) es mucho más que una película de acción trepidante; es un estudio sobre el miedo, la responsabilidad y la impulsividad, envuelto en un paquete de adrenalina y persecuciones a alta velocidad. Tony Scott, director conocedero por su dominio del color y el movimiento, entrega una experiencia cinematográfica visceral que, a pesar de sus defectos inherentes a su género, sigue siendo sorprendentemente efectiva décadas después de su estreno.

La película se centra en Jack Traven (Keanu Reeves), un joven conductor de autobuses de transporte escolar con un talento excepcional para manejar vehículos a gran velocidad. Su vida, predeciblemente monótona, da un giro radical cuando es contratado por el excéntrico y ambicioso Harry Temple (Dennis Hopper) para transportar un valioso dispositivo de seguridad que podría salvar al presidente de los Estados Unidos. Lo que empieza como un trabajo sencillo se convierte en una carrera contra el tiempo, un laberinto urbano repleto de obstáculos y, sobre todo, de un reloj implacable que marca la cuenta atrás para un posible ataque terrorista. La premisa, aunque predecible, funciona maravillosamente y crea una tensión constante que se siente desde el primer momento.

La dirección de Tony Scott es el elemento más destacable de la película. La película está saturada de colores vibrantes, especialmente el rojo, que intensifica la sensación de peligro y urgencia. Las secuencias de persecución son, sin duda, las más memorables y están filmadas con una maestría que pocos directores logran. Scott utiliza el movimiento, la cámara y el sonido para sumergir al espectador en la experiencia de la conducción, haciéndole sentir el ajetreo, el miedo y la emoción de Jack Traven. Sin embargo, la constante estética "flashy" a veces puede ser ligeramente abrumadora y, en algunos momentos, resta realismo a la narrativa.

Keanu Reeves ofrece una actuación convincente como Jack Traven. Captura la vulnerabilidad, el miedo y la determinación del personaje de manera creíble. Su evolución, desde un joven inseguro hasta un héroe improvisado, es el núcleo emocional de la película. Dennis Hopper, por su parte, interpreta a Harry Temple con un carisma inquietante y un toque de locura que lo convierte en un antagonista memorable. La química entre Reeves y Hopper es fundamental para el éxito de las escenas de diálogo, que, aunque a veces son un poco caricaturescas, contribuyen a la dinámica del conflicto.

En cuanto al guion, es un ejemplo clásico de “thriller con velocidad” donde la trama se centra en la acción y el ritmo. No profundiza demasiado en la psicología de los personajes ni explora los dilemas morales que podrían haberse planteado. La historia es directa y el desarrollo de los acontecimientos es lineal. Sin embargo, eso no le resta valor, ya que la película se centra en la pura adrenalina y el entretenimiento inmediato. No obstante, un poco más de ambigüedad moral y un análisis más profundo de los personajes habrían enriquecido la experiencia.

Nota: 7/10