Dinosaurio (2000)

“Dinosaurio” (1993) no es, sin duda, una obra maestra de la animación o un hito en la historia del cine. Sin embargo, a pesar de sus defectos, la película posee una encanto particular que la ha mantenido en el corazón de mucha gente, especialmente de aquellos que crecieron en los años 90. La cinta, dirigida por Reginald Reynolds, se presenta como una aventura prehistórica convencional que, en esencia, explora la evolución del comportamiento y la inteligencia en un entorno primordial. La historia, centrada en Aladar, un joven iguanodonte que se encuentra solo y debe aprender a sobrevivir, es predecible en su estructura narrativa, pero logra conectar con el espectador a través de su mensaje sobre la importancia de la adaptabilidad y el aprendizaje.

El apartado visual, considerando las limitaciones tecnológicas de la época, es sorprendentemente decente. La animación, aunque sencilla en comparación con los estándares actuales, recrea un mundo prehistórico vibrante y lleno de detalles. Los paisajes, desde la isla paradisiaca hasta los desiertos áridos, son convincentes y contribuyen a la atmósfera general de la película. La representación de los dinosaurios, aunque a menudo caricaturesca, es generalmente creíble y evocadora, con especial mención a la amenazante presencia de los carnotaurios, cuyo diseño y comportamiento despiertan un genuino temor en el espectador infantil. No obstante, la calidad visual, sin embargo, no es el fuerte de la película. Lo que realmente destaca es la fidelidad de la isla, con sus plantas y animales, que logran una sensación de vida real.

El guion, escrito por David Wallace, David Latham y Scott Alexander, es donde la película se muestra más vacilante. Si bien la premisa de un dinosaurio que se convierte en un líder y debe guiar a su grupo a un nuevo hogar es interesante, la ejecución es algo torpe y llena de diálogos expositivos que, en general, no aportan mucha profundidad. La historia se basa mucho en la 'lección moral' que Aladar debe impartir, algo que se presenta de forma directa y, a veces, forzada. La evolución de Aladar, de un individuo aislado a un líder sabio, se siente apresurada y poco orgánica. El desarrollo de sus personajes secundarios, como el lémur Kip, es igualmente superficial y carente de matices. Su relación con Kip ofrece momentos de ternura, pero el resto del equipo de dinosaurios lo percibe más como un instrumento que un miembro legítimo del grupo.

Sin embargo, la película tiene un elemento que la salva: la actuación de James Martin como Aladar. Martin logra transmitir la confusión, la frustración y, finalmente, la determinación del personaje con una sutileza sorprendente. Su interpretación es el corazón de la película y la razón por la que muchos espectadores se conectan con la historia. La presencia de Martin, junto con los efectos de sonido y la música ambiental, crea una atmósfera de tensión y aventura que mantiene al espectador enganchado hasta el final. A pesar de la narrativa simplificada, la película funciona como una agradable y entretenida aventura familiar. Es una película que, en lugar de buscar la innovación o la complejidad, se centra en ofrecer un escape a un mundo fantástico, donde los dinosaurios hablan y la supervivencia depende de la inteligencia y la adaptabilidad.

Nota: 6/10