“Dioses y monstruos” (Gods and Monsters), de Mark Craig, es un melodrama sombrío y profundamente conmovedor que se erige como una carta de amor y un duelo silencioso al genio creativo James Whale. La película no es un espectáculo de horror, ni pretende serlo, sino un estudio introspectivo sobre la fragilidad de la fama, la búsqueda de la aceptación y la lucha constante por la identidad en un Hollywood obsesionado con la imagen. El film, ambientado en los últimos años de la vida de Whale, es un ejemplo de cómo el cine puede usar el drama personal como ventana a la historia del arte.
La dirección de Craig es magistral, creando una atmósfera de inquietud constante que se refleja en la puesta en escena, la fotografía en blanco y negro y la banda sonora evocadora. Utiliza con maestría la luz y la sombra para amplificar la sensación de melancolía y aislamiento que impregna la vida de Whale. La película no busca mostrar la imagen glorificada del creador de Frankenstein, sino su vulnerabilidad, su inseguridad y su lucha por mantenerse relevante en una industria donde las apariencias y el gusto popular dictan el éxito. La dirección se centra en la sutilidad, permitiendo que las emociones de los personajes se transmitan a través de miradas, gestos y silencios. Se nota la influencia del cine clásico, pero Craig logra darle un toque moderno y directo a la narrativa.
La actuación de Nicolas Cage como James Whale es, sin duda, la joya de la corona. Más allá del actor que a veces provoca controversias, aquí ofrece una interpretación deslumbrante, transmitiendo la complejidad de un hombre atormentado por la fama, la pérdida y la búsqueda de su lugar en el mundo. Cage no se limita a imitar la apariencia física de Whale; se sumerge por completo en su personaje, explorando sus cicatrices emocionales con una honestidad brutal y una sensibilidad sorprendente. Pero la actuación de Andrew Garfield como Charlie Parker, el jardinero que se convierte en su confidente, es igualmente poderosa. Garfield aporta una vitalidad y una frescura que contrastan con la melancolía de Whale, y sus interacciones están llenas de tensión y deseo. La química entre ambos actores es palpable y fundamental para el desarrollo emocional de la historia.
El guion, adaptado de la biografía de Patrick Sheldrick y David Burt, es inteligente y delicado. Evita los clichés del melodrama y se centra en la construcción de la relación entre Whale y Parker. La película explora con profundidad la idea de la obsesión, tanto la de Whale por la juventud y la belleza, como la de Parker por la aprobación del hombre que lo acepta tal como es. El diálogo es natural y evocador, y las escenas íntimas están muy bien escritas, transmitiendo la sensación de vulnerabilidad y deseo. Sin embargo, el ritmo es, a veces, pausado hasta el punto de resultar algo lento. A pesar de esto, la película consigue mantener el interés del espectador gracias a su temática y a la calidad de las actuaciones.
En definitiva, “Dioses y monstruos” es una película melancólica pero hermosa, que nos invita a reflexionar sobre el precio de la fama, la naturaleza del arte y la búsqueda de la conexión humana. Es un tributo conmovedor a un genio creativo que, en sus últimos días, encontró un inesperado refugio en la amistad y el amor.
Nota: 8/10