Disobedience (2018)

“Disobedience” no es una película fácil de digerir, ni pretende serlo. Es un drama profundo y visceral que explora las complejidades de la fe, la represión y el deseo, envuelto en una atmósfera cargada de tensión y melancolía. Filipo Schreiber, en su dirección, demuestra una maestría innegable al controlar el ritmo y el tono de la película, creando un espacio de silencio y observación que, en ocasiones, resulta más impactante que cualquier diálogo explícito. La película no busca ofrecer respuestas simplistas, sino más bien, confrontar al espectador con preguntas incómodas sobre la moralidad, la libertad individual y los límites de la tradición.

El guion, adaptado de la novela homónima de Naomi Alderman, se construye con una elegancia inquietante. La trama se centra en la vuelta de Ella (Rachel Weisz), una joven floreciente que ha abandonado su vida ortodoxa en Londres para vivir en la Brooklyn de la década de 1980, a la ciudad natal después de la muerte de su padre, un rabino influyente. Su reencuentro con Florence (Mia Wasikowska), su vieja amiga, se convierte en el detonante de una serie de eventos que desentierran un pasado doloroso y revelan secretos impactantes. La película se beneficia de un guion que no recae en clichés, sino que se adentra en las zonas grises de la moralidad, presentando a personajes ambiguos y motivaciones complejas. El diálogo es sutil y lleno de subtexto, reflejando las tensiones internas que atraviesan a los protagonistas.

Las actuaciones son, sin duda, uno de los puntos fuertes de la película. Rachel Weisz ofrece una interpretación magistral como Ella, transmitiendo con una mirada y un gesto la angustia y la tormento que la consumen. Su personaje es una fuerza contenida, una mujer que ha sacrificado sus deseos por el cumplimiento de las expectativas familiares, y su reencuentro con Florence desencadena un conflicto interno profundo y visceral. Mia Wasikowska, por su parte, encarna a Florence con una vulnerabilidad y una intensidad que son hipnóticas. La química entre ambas actrices es palpable, creando una relación compleja y llena de matices. Eric Stonestreet, en un papel inesperado, aporta una profundidad emocional al personaje de Aaron, el marido de Florence, y demuestra su versatilidad como actor.

“Disobedience” no es una película que te ofrece un final feliz. Tampoco busca hacerlo. Es una película que te deja pensando, que te hace cuestionar tus propias creencias y valores. La dirección de Schreiber se enfoca en la sensación, en la atmósfera, en el subconsciente de los personajes. El uso de la música y la cinematografía, que oscila entre la oscuridad y la luz, intensifica la tensión y contribuye a crear una experiencia cinematográfica única y memorable. La película es un tributo a la complejidad humana, a la lucha por la libertad y a la búsqueda de la verdad, incluso cuando esta última resulta dolorosa y disruptiva.

Nota: 8/10