“Divine Trash”, la nueva película de Trisha Meades sobre John Waters, no es simplemente un documental biográfico. Es una inmersión profunda, a veces desconcertante, en la mente y la obra de un verdadero singular: el excéntrico director de cine, escritor y provocador de Baltimore, John Waters. La Meades ha logrado algo extraordinario, trasmitiendo no solo la historia de Waters, sino también su peculiar sensibilidad, su irreverencia y, sobre todo, su innegable talento.
El documental se nutre de material de archivo valiosísimo, fragmentos de las primeras películas de Waters – “Pink Flamingos”, “Female Trouble” – que brillan por su estética extravagante y su crítica social mordaz. Ver esas imágenes en movimiento, acompañado de la narración de Meades y de las reflexiones de los propios Waters, es una experiencia revitalizante. Se aprecia la meticulosa selección de material, que va más allá de los clichés y se adentra en detalles que otros documentales hubieran pasado por alto. La cinta no rehúye de las controversias que han rodeado a Waters a lo largo de su carrera, explorando, con honestidad y sin juicios, la mezcla de genialidad y provocación que lo define.
La estructura narrativa es orgánica y fluida. Meades se sirve de entrevistas a familiares, amigos y colaboradores – incluyendo a Bob Balaban, Sylvia Waters y a las propias actrices que protagonizaron las películas más icónicas del director. Estas voces, diversas y apasionadas, aportan matices a la figura de Waters, revelando su compleja personalidad. La película no se limita a mostrar al director como un genio incomprendido; la presenta como un hombre que, sin duda, crea arte, pero que también ha causado, y continúa causando, dolores de cabeza a propios y extraños.
Lo que realmente destaca es la dirección de Meades. Su habilidad para conectar con las personas entrevistadas es notable, logrando que revelen anécdotas y reflexiones íntimas. La música, cuidadosamente seleccionada, complementa a la perfección la estética visual y contribuye a crear una atmósfera única. El documental no solo celebra el legado de John Waters, sino que también lo examina con curiosidad y respeto, buscando comprender la raíz de su estilo particular y su profunda conexión con la cultura underground. A pesar de la riqueza del material, la cinta no se corrompe por el exceso de información, manteniendo siempre un ritmo dinámico y una sensación de autenticidad. Es un trabajo de investigación exhaustivo y una muestra del talento de una directora que, sin duda, tiene un futuro brillante.
Nota: 8.5/10