Doctor Detroit (1983)

“Doctor Detroit” es, en su esencia, una comedia negra con una chispa de melodrama que, curiosamente, resulta sorprendentemente conmovedora. La película, dirigida con una naturalidad descarada por John Landis, nos presenta un retrato de la Chicago de los años 60, una ciudad vibrante y corrompida, donde la moral se diluye en la exuberancia del jazz y la promesa de la libertad. Landis consigue capturar esa atmósfera de manera efectiva, utilizando la música como un elemento central de la narrativa, y convirtiendo las calles de la ciudad en un personaje más. Sin embargo, su habitual exuberancia visual, tan característica de su obra, a veces puede sentirse un poco excesiva, desviando la atención de lo que realmente importa: la historia de Clifford (Dan Aykroyd).

Aykroyd ofrece una actuación magnífica como Clifford, un hombre inseguro y socialmente torpe que, a pesar de su evidente inteligencia, lucha por conectar con el mundo que le rodea. La comedia, basada en el malentendido y la torpeza, es consistente y, en muchos momentos, hilarante. Pero lo que realmente eleva la interpretación de Aykroyd es la gradual transformación que experimenta a lo largo de la película. Observamos cómo Clifford, inicialmente un individuo retraído, se abre a la experiencia, a la amistad y, finalmente, al amor. La química entre Aykroyd y la joven y encantadora actress Allison Henricks, quien interpreta a una de las prostitutas, es palpable y añade una capa de ternura a la historia.

El guion, adaptado de la obra de teatro de John Kemeny y John Schnitzler, presenta un argumento que, a primera vista, podría parecer predecible. Sin embargo, Landis y los guionistas logran mantener la atención del espectador gracias a diálogos ingeniosos y situaciones inesperadas. La trama, aunque se apoya en clichés de la comedia romántica, se beneficia de un tono irónico y de una honestidad sorprendente en la exploración de temas como la soledad, la identidad y la búsqueda del amor. No rehúye la crudeza de la vida de las prostitutas, ofreciendo una visión realista y empática de sus personajes, sin caer en la sensacionalidad ni en la hipérbole. El personaje de la joven cantante, interpretada por TracyAnn Payne, añade una dimensión importante a la narrativa, representando una mujer que, a pesar de sus circunstancias, lucha por mantener su dignidad y su humanidad.

La película, si bien tiene sus momentos de excesiva ornamentación visual, es en última instancia una historia sobre la conexión humana. Es un relato sobre la capacidad de perdonar, de comprender y de encontrar la belleza en los lugares más inesperados. La banda sonora, compuesta por Elmer Bernstein, es esencial para la atmósfera de la película y complementa a la perfección el tono de la historia. “Doctor Detroit” no es una obra maestra, pero sí una película entretenida, inteligente y con un corazón inesperado, que merece ser vista por aquellos que aprecien el cine de comedia con un toque de drama y una mirada honesta a la sociedad de una época.

Nota: 7/10