“Drácula 2000” es, en su conjunto, una película que se sitúa en un limbo interesante entre la parodia y el intento genuino de revitalizar un mito clásico. Luchando contra las convenciones del género y la aversión de la época, el director Bram Taylor opta por un tratamiento sorprendentemente divertido y, a menudo, desconcertante de la historia del Conde Drácula. La película no pretende tomarse en serio su propio material, y esta decisión, aunque a veces forzada, es en realidad su mayor fortaleza.
La dirección de Taylor se distingue por un uso audaz del color y un montaje frenético que refleja la confusión y la desorientación de Drácula al encontrar un mundo radicalmente diferente al que conocía. El contraste entre las escenas de sus viajes en Estados Unidos, saturadas de tonos pastel y efectos especiales que recuerdan a los videojuegos de los noventa, y los momentos de horror visceral son particularmente efectivos. Sin embargo, esta estética, aunque memorable, a veces se siente superficial, como si no estuviera completamente integrada en la narrativa. La película explora temas de obsolescencia y la dificultad de mantener la relevancia en un mundo en constante evolución, ideas que, si bien son interesantes, no siempre se desarrollan con la profundidad que merecen.
Las actuaciones son un punto fuerte indiscutible. Gary Oldman ofrece una interpretación memorable, imbuida de una mezcla peculiar de humor negro, melancolía y amenaza. Su Drácula es un personaje complejo, que no se reduce a ser simplemente un monstruo seductor. La joven Rose McGowan, como la joven vampira, también destaca con una energía y sensualidad que aportan una vitalidad necesaria a la película. La química entre los dos actores es palpable y fundamental para el éxito de algunos de los momentos más dinámicos de la película.
El guion, escrito por Bruce Cohen y Andrew Davies, es donde la película más consistentemente falla. Si bien las ideas iniciales son prometedoras – la idea de un Drácula adaptándose a la tecnología moderna es inherentemente divertida – la ejecución es a menudo torpe y llena de clichés del género. Las escenas de acción, en particular, son desastrosas y carecen de cualquier credibilidad. Además, el guion no profundiza lo suficiente en la relación entre Drácula y su sucesora, limitando su desarrollo a una serie de encuentros convenientes para el avance de la trama. Las referencias a la cultura pop y a la música de los años 90, aunque bien intencionadas, a menudo se sienten forzadas y descontextualizadas.
A pesar de sus defectos, "Drácula 2000" es una película con un encanto particular, que merece ser vista por su originalidad y su capacidad para subvertir las expectativas del espectador. No es una obra maestra, pero es un experimento interesante que, a su manera, refleja una época y una sensibilidad cinematográficas. Es una película que te hará reír y, quizás, cuestionar la eterna relevancia de los mitos clásicos.
Nota: 6/10