“Drácula, la leyenda jamás contada” de Robert Eggers es mucho más que una simple película de terror; es un acto de arqueología fílmica que exhuma los orígenes del mito más persistente de la literatura occidental. Eggers no se conforma con reinventar el vampiro, sino que se sumerge profundamente en las raíces históricas de Vlad el Empalador, el príncipe rumano cuyas despiadadas tácticas de terror alimentaron la leyenda que eventualmente da origen a la figura de Drácula. La película se distingue inmediatamente por su meticulosa ambientación, una atmósfera densa y claustrofóbica que transporta al espectador a los oscuros y húmedos paisajes de Transilvania a finales del siglo XV. La dirección de Eggers es magistral; cada plano, cada encuadre, cada detalle visual contribuye a crear una sensación de inminencia y desesperación palpable.
La película se centra en la llegada de un grupo de jóvenes ingleses, encargados de vigilar una colonia alemana, a la región. Su misión: investigar rumores de extrañas desapariciones y, lo que es más importante, prevenir una posible invasión de gentes de dudosa moral. Este equipo heterogéneo, interpretado con una gran convicción por Nicholas Hoult, Galadriel Hough y Caleb Landry Jones, es la brújula narrativa que guía al espectador a través de una trama que se despliega con una lentitud deliberada, casi ritualista. Esta deliberación, lejos de ser una debilidad, es la clave para construir un terror psicológico más efectivo que el de los sustos repentinos. La película no se basa en el “jump scare”, sino en la lenta erupción del horror, en la palpable sensación de que algo maligno se cierne en las sombras.
Las actuaciones son sobresalientes. Nicholas Hoult ofrece una interpretación particularmente convincente de Vlad Tepes, desmitificando la imagen del villano clásico para presentar un personaje complejo y profundamente perturbador. Su Vlad no es simplemente un monstruo sediento de sangre; es un hombre atormentado por su pasado, consumido por la venganza y la paranoia. El reparto secundario también brilla con luz propia, aportando matices y profundidad a la historia. La tensión entre los personajes se siente genuina, alimentada por la creciente certeza de que están enfrentando algo que no pueden comprender o controlar. La película explora la fragilidad de la moralidad humana frente a la amenaza de lo sobrenatural, planteando preguntas sobre la naturaleza del mal y la corrupción del poder.
El guion, adaptado de la obra de Bram Stoker pero con una reinterpretación radical, es lo más fuerte de la película. Eggers no rehúsa la violencia y el gore, pero lo utiliza como herramienta narrativa para ilustrar la brutalidad de la época y la desesperación de los personajes. La película no intenta ser una adaptación literal de la novela, sino una exploración de los temas centrales de la leyenda de Drácula: el miedo, la seducción, la venganza y la pérdida de la inocencia. La película es un trabajo de investigación que no teme ser oscura, perturbadora y, en definitiva, fascinante. “Drácula, la leyenda jamás contada” es una experiencia cinematográfica única y memorable, un homenaje a la historia y un reinicio de la mitología del vampiro.
Nota: 8/10