Drugstore Cowboy (1989)

“Drugstore Cowboy”, de Robert Altman, es una película que se aferra a la piel, dejando una marca persistente de desencanto y una sensación melancólica que perdura mucho después de que los créditos finales hayan terminado de rodar. No es una película para todos los públicos; exige paciencia, atención y una cierta disposición a aceptar la incomodidad y la ambigüedad moral que Altman irónicamente pero eficazmente presenta.

La película se centra en un grupo de marginados, liderados por el carismático pero profundamente problemático Bob Hughes, un ladrón de farmacias que, más que un criminal, se parece a un líder tribal. Altman no pretende glorificar la criminalidad, sino diseccionar las motivaciones de estos personajes, mostrándonos su necesidad, su anhelo de pertenencia y la lógica distorsionada que les permite operar dentro de sus propias reglas. Las actuaciones son sobresalientes. Kevin Spacey, en un papel pionero que le valió reconocimiento, ofrece una interpretación magistral de Bob, un hombre que es a la vez un peligro y, quizás, una víctima de su propia soledad y adicción. Patricia Arquette como Dianne aporta una belleza fría y reservada, mientras que James Williamson y Marybeth Hughes dan vida a Rick y Nadine, personajes que se complementan a la perfección en su deseo por la libertad y la aventura.

El guion de Frederic Debreu y Dwight Bristol es la verdadera joya de la película. Altman se aleja de la estructura narrativa lineal tradicional, optando por un flujo de conciencia que nos sumerge en la vida cotidiana de los personajes, entre robos, conversaciones callejeras y encuentros casuales. La ambientación en Portland, Oregon, de 1971, es impecable, una ciudad en transición, marcada por la contracultura, la música y la sensación de que todo está al borde del colapso. La película captura la atmósfera de esa época con una autenticidad que se aprecia en cada detalle, desde la ropa hasta la música, que juega un papel fundamental en la construcción del tono general de la película. El uso de la música en off, particularmente, es magistral, aportando profundidad emocional y generando un ambiente particular, casi hipnótico.

Sin embargo, “Drugstore Cowboy” no es una película fácil. Su ritmo pausado, la falta de un guion convencional y la ambigüedad moral pueden frustrar a algunos espectadores. Altman no nos ofrece respuestas fáciles ni juicios morales. En cambio, nos presenta una visión cruda y realista de la marginalidad, una crítica a la sociedad de consumo y una reflexión sobre la naturaleza humana. Es una película que recompensa la reflexión y la visualización, y que deja una huella imborrable en la memoria. La dirección de Altman es, como siempre, impecable, construyendo atmósferas y diálogos que se quedan grabados.

Nota: 8/10