Échale la culpa al botones (1992)

“Échale la culpa al botones” es una película que te atrapa desde el primer momento, no tanto por su originalidad narrativa, sino por la maestría con la que crea una atmósfera de confusión y peligro latente. La película, ambientada en el lujoso Hotel Danieli en Venecia, es un delicioso enredo, un laberinto de personajes excéntricos y situaciones embarazosas, donde la veracidad de la realidad se disuelve en una niebla de mentiras y manipulación. El director, Marc Lawrence, sabe usar el encanto de la ciudad, con sus canales, góndolas y palacios venecianos, para construir un escenario idóneo para el caos.

La película se centra en la llegada de varios personajes, cada uno con un secreto oscuro y una motivación propia para sobrevivir en este contexto de sospechas. Tenemos a un asesino a sueldo con un trabajo pendiente, un agente inmobiliario con un historial cuestionable, un alcalde corrupto que busca aventuras y una excéntrica mujer que se ve envuelta en medio del conflicto. La trama se desarrolla de forma aparentemente aleatoria, con cada aparición de un personaje añadiendo otra capa de intriga y desconfianza. Aunque la premisa inicial podría parecer algo cliché, Lawrence la lleva a un terreno donde la lógica se desvanece, y el espectador se ve obligado a cuestionar todo lo que ve.

Las actuaciones son sobresalientes, en especial la de Ben Kingsley como el alcalde, que ofrece una interpretación memorablemente ridícula y amenazante. Se ve que ha sabido meterse en el papel, lo que le otorga una credibilidad sorprendente. La película cuenta con un reparto talentoso en general, pero la química entre los actores es lo que realmente le da fuerza a la trama. Se nota que han disfrutado interpretando estos personajes peculiares, y esa alegría se transmite a la pantalla. El humor, a veces negro y otras veces absurdo, es uno de los puntos fuertes de la película. No es risa fácil, sino una hilaridad que surge del absurdo de la situación, del contraste entre los personajes y de las reacciones que estos provocan.

El guion, aunque a veces se deja llevar por la cantidad de personajes y subtramas, está bien construido. Hay momentos de tensión genuina, intercalados con escenas cómicas que alivian la atmósfera. La dirección artística es impecable, con una atención al detalle notable en la recreación de Venecia. Sin embargo, la película podría haber sido más concisa, evitando algunos momentos de digresión que ralentizan el ritmo. El final, aunque satisfactorio, podría haber sido más impactante y ofrecer un cierre más contundente para algunos de los personajes. A pesar de estas pequeñas críticas, “Échale la culpa al botones” es una comedia de enredos entretenida y visualmente atractiva, que ofrece una experiencia cinematográfica original y divertida. Es una película que te invita a la reflexión sobre la naturaleza de la verdad y la fragilidad de las apariencias.

Nota: 7/10