Educando a J. (2001)

“Educando a J.”, la última película de Elizabeth Wood, no es simplemente un melodrama familiar; es un espejo retorcido que nos obliga a confrontar nuestras propias percepciones de la felicidad, la disciplina y, quizás lo más importante, la aceptación. La película, a primera vista, presenta un escenario familiar: una adolescente desafiante que se niega a seguir el camino trazado, y un padre con la esperanza de devolverla al sendero correcto. Sin embargo, Wood no se conforma con esta narrativa cliché, sino que construye una exploración profunda y, a veces incómoda, de la dinámica entre generaciones y las diferencias irreconciliables en la forma de ver el mundo.

Natalie Portman entrega una actuación magistral como J, una adolescente visceral y llena de frustración. Su interpretación va más allá de la rebeldía superficial; logramos sentir su soledad, su ira y su incapacidad para conectar con el mundo que la rodea. La Portman no busca la simpatía del público, sino que nos presenta a un personaje complejo y, a menudo, desagradable, pero siempre terriblemente humano. La química entre Portman y Steve Carell, quien interpreta a Randall, es uno de los puntos fuertes de la película. Carell logra evocar una mezcla de ternura y exasperación, transmitiendo la genuina preocupación de un hombre que se ve superado por las circunstancias y que no sabe cómo conectar con su hija. Su personaje, a pesar de su aparente ineptitud, no es presentado como un villano, sino como un hombre con sus propias inseguridades y traumas, lo que añade una capa de complejidad a la historia.

El guion de Wood es inteligente y no rehuye los temas incómodos. La película no glorifica la disciplina o la estabilidad; más bien, muestra las consecuencias destructivas de intentar imponer un orden rígido a un espíritu libre. La película explora la idea de que la educación no se trata solo de reglas y obligaciones, sino también de respeto, empatía y la capacidad de comprender las necesidades y los deseos de los demás. El ritmo es deliberado, permitiendo que las relaciones entre los personajes se desarrollen de manera orgánica, con momentos de tensión y silencios significativos. Aunque la trama puede resultar lenta para algunos espectadores, la profundidad de la exploración de la dinámica familiar es innegable. La banda sonora, cuidadosamente seleccionada, contribuye a crear la atmósfera melancólica y a veces opresiva que impregna la película.

En última instancia, “Educando a J.” es una película que invita a la reflexión. No ofrece respuestas fáciles ni soluciones milagrosas, pero nos plantea preguntas importantes sobre la naturaleza de la familia, la educación y la búsqueda de la felicidad. Es un trabajo honesto y conmovedor que se queda en la memoria mucho después de que los créditos finales han terminado de rodar. Es un ejemplo de que la comedia dramática, cuando se ejecuta con inteligencia y sensibilidad, puede ser mucho más que un simple entretenimiento.

Nota: 8/10